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¿Por qué es bueno educar en el buen gusto a nuestros hijos?

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© Suravid I Shutterstock

Edifa - publicado el 03/10/20

En la educación es crucial el orden, la limpieza y por supuesto, también la belleza.

Todos los padres quieren conducir a sus hijos hacia el bien, pero, ¿y hacia la belleza? Incluso si a veces es laborioso, provocar oportunidades de contemplar la belleza en familia puede ser una fuente de auténtica alegría y un buen medio para elevar tanto el alma de los pequeños como de los mayores.

Céleste, con 5 años, mira con sus padres unos fuegos artificiales. Fascinada, exclama: “¡Qué bonito!”. Luego, con un tono de reproche: “¿Por qué no me habías enseñado esto antes?”. Muy pronto, los niños tienen la capacidad de maravillarse, de detenerse ante la hoja de un árbol, ante una piedra que brilla tras la lluvia, ante una fogata en el bosque, ante un rostro bello.

Si esta manera de ver no se conserva, se corre el riesgo de embotar la mirada. Para Aude de Kerros, pintora, grabadora y madre de familia: “Hoy día, tenemos la impresión de vivir en un mundo de ciegos. Estamos rodeados de imágenes y, sin embargo, pasan desapercibidas porque no son descifradas. Ante un cuadro, ya no se plantean la pregunta de saber qué quiere decir”.

La belleza está al alcance de todos

En la educación en la belleza, el papel de los padres es esencial. “Sería grave dejar que un niño no vea”, dice Jean-François Kieffer, ilustrador de cómics y creador de Las aventuras de Lobato. Fijémonos primero en la forma en que el niño percibe el mundo: algunos tienen una percepción visual, otros, mayor sensibilidad auditiva.

Así, François es un apasionado de los colores de un campo de tulipanes, mientras que su hermano da patadas a un balón sin ver nada de interés; sin embargo, a la vuelta a casa, el futbolista se quedará embelesado por una música. Es inútil saturar a un niño de pinturas si es más sensible a los sonidos.

¿Dónde se encuentra la belleza? ¡Por todas partes! Incluso en la vida cotidiana.

“Incluso en la publicidad hay cosas bellas”, dice Jean-François Kieffer. “De vacaciones, una parada en un taller de alfarería permitirá admirar la hermosura de las formas. La naturaleza que se extiende es también fascinante. ¿Por qué no invitar a los niños a plantar un rosal, una judía, una fresera, y admirar con ellos el desarrollo de las hojas, de los botones y de las flores? Por su parte, los mayores descubrirán, quizás con interés, la armonía del movimiento de los astros, la proporción de una estructura molecular… Fotografías, películas, cuadros… hay tantísimos temas fascinantes que compartir”. P

Pero la belleza no reside solamente en las cosas, los niños saben reconocerla en los gestos, en las actitudes… La bondad, la ternura, la delicadeza, también deslumbran.

En La música de una vida, Andréï Makine cuenta cómo pasó una noche en la sala de espera de una estación en los confines de Rusia. Contemplando a sus compañeros de infortunio, solamente percibía fealdad y… los ronquidos. Y entonces, el único resplandor de luz en medio de tanta grisura: una madre amamantando a su bebé.

¿Cómo familiarizar a nuestros hijos con la belleza?

“Si los padres pasean por una exposición y se mantienen indiferentes, los niños lo notan”, señala Flore Talamon, guionista de cómics. “La atracción por la belleza se transmite a condición de que nosotros mismos amemos lo que mostramos”.

Un consejo para evitar los fracasos: intentar ir a ver los avances de las exposiciones o, al menos, reunir opiniones de personas que ya las hayan visto. No hay nada peor que una salida inadaptada que deje un mal sabor de boca o que genere burlas o aburrimiento…

De vacaciones, la familia está más disponible. Para Anne Renon-Barek, madre de tres hijos, artista y profesora de artes plásticas, “una noche de verano en un barco es un momento fabuloso de contemplación”. “Hay mucho que mostrar”, destaca Aude de Kerros, que paseaba con sus hijos largo y tendido por la naturaleza y los museos. Lo mismo opina Flore, para quien la escultura es un buen medio de interesar a los pequeño por el arte. “Una estatua está viva. Al mirarla, podemos imaginar y soñar”. Introducir una historia sobre alguna cosa hermosa es una forma útil y divertida de cautivar a los niños. Aude de Kerros aprendió mitología para explicar las estrellas, y botánica para contar el origen de las plantas.

“¡Pero cuidado con la sobredosis!”, señala Florence, madre de siete hijos. “Nos cuidamos siempre de salir de un monumento o un museo antes de que los niños se saturen”. Y lo confirma Anne Renon-Barek: “Cuando visito una exposición con mis alumnos, los llevo a ver un único cuadro sobre el cual podamos trabajar”. Otro imperativo: tener en cuenta el estado físico de los niños. Es inútil enseñar a valorar un Vermeer a un niño que tiene hambre. ¡Más vale una pequeña merienda que una gran crisis!

Hoy en día, los museos se adaptan a los niños y a menudo presentan visitas animadas. Con frecuencia se ofrecen guías específicos. Una visita bien preparada es una garantía de éxito. Internet es valiosísimo, igual que los guías culturales específicos para las visitas de niños: proponen los mejores planes, fórmulas comprobadas y dan una gran cantidad de información interesante. Pero eso no exime de una “preparación en casa” cuando sea posible: hojear un catálogo de una exposición, escuchar antes una de las piezas que se interpretarán en un concierto… Haber visto o escuchado antes algo ayuda a fijar la atención luego. Una iniciación previa es indispensable para una pieza de teatro. “Incluso una pieza de Molière requiere algunas explicaciones para un niño”, señala Flore, quien añade: “Nosotros escogemos nuestras exposiciones en función de los centros de interés de la familia. Para mi hijo de 5 años, por ejemplo, por el momento, son los animales y la caza”.

¿Cómo se forma el juicio del gusto?

Amar lo que es hermoso es también y sobre todo el resultado de una impregnación. En casa de los Kieffer, los cinco niños están sensibilizados hacia la belleza en su universo cotidiano. Poner una mesa bonita para comer, presentar bien un plato, elaborar ramos de flores, cantar o escuchar música, hay muchas pequeñas cosas que marcan a los niños. Sin embargo, no es fácil, señala Aude de Kerros: “En un tiempo dominado por la comodidad y el rechazo a las limitaciones, la belleza está en el exilio, porque exige, si no un esfuerzo, al menos una atención”. De hecho, “siempre he escuchado decir que la elegancia era una caridad hacia los demás”, cuenta Florence. No se trata de fomentar una coquetería excesiva pero, como dice Jean-François Kieffer, “es importante dar ropa bonita a nuestros hijos… ¡o dedicar el tiempo que haga falta para arreglarse los dientes! Depende de cada uno encontrar la manera de vestirse que esté en resonancia profunda con quien se es”.

La observación desempeña un papel principal. Anne Renon-Barek cuenta la reacción de Henri, de 4 años, ante la luna de una noche de verano: “¡Oh, Mamá! La Luna, ¡la hemos encontrado!”. “He fomentado esta fascinación observando con él la forma del astro. Le he explicado también que, a pesar de su intensidad luminosa, la Luna era un astro que nunca calienta”.

Enseñemos a nuestros hijos a formular el porqué de su gusto o atracción. “Presto mucha atención a la precisión del vocabulario”, explica Anne Renon-Barek. “La belleza emite cierto deslumbramiento, una luz que capta nuestra atención mucho más que una cosa simplemente bonita”. “La belleza no es bonita”, insiste por su parte Jean-François Kieffer. “Lo bonito es lo que quiere seducir, el envoltorio. En nuestros diálogos, ayudemos a nuestros hijos a discernir lo auténtico de las lentejuelas. Mostremos la diferencia que hay entre alguien que tiene el look que hace vender y la persona hermosa porque genera alegría, como una Madre Teresa. En El señor de los anillos, los hobbits son hermosos porque perdonan, ¡aunque tengan los pies peludos!”.

“Valorar lo bello es como apreciar el vino”, comenta Flore Talamon. Hay que formar su paladar. Con un gusto afinado, nos volvemos capaces de diferenciar entre un gran reserva y un vino peleón. “Cuanta más cultura visual tengamos, cuanto más se ejercite la mirada, mejor podremos decir que una cosa es de buena calidad o no”, explica Aude de Kerros. Lo mismo sucede con la música: el oído se forma y se afina. La formación de un juicio crítico es un arma excelente que dar a los niños. Les permite hacer una clasificación entre la multitud de imágenes o sonidos que los inundan.

Lo que maravilla al niño no nos interesa necesariamente, ¡qué más da!

Hay que saber escuchar y fomentar los gustos de los niños. A Colombine, de 6 años, le apasionan los guijarros. Su colección, bastante voluminosa, tiene un lugar designado en su dormitorio y Lucie, su madre, se esfuerza por interesarse en la descripción regular y entusiasta de los minerales. Depende de los padres asegurarse de que se exprese la sensibilidad particular de cada niño. Según Jean-François Kieffer, “hay un cierto racismo de la belleza” que consiste en rechazar lo que no se hace o lo que no se conoce. “A una persona le gustará un dibujo simple, a otra un trazo más cargado, más barroco”. A un niño le puede gustar la abstracción, aunque su familia valore tradicionalmente el arte figurativo.

Purpurina, colores chillones… a menudo nos desconciertan las cosas que atraen a los pequeños. Los niños son fruto de su tiempo y son modelados por los gustos ambientales. Según Flore Talamon, “no es de extrañar que a las niñas les encante el rosa, ¡se bañan en él desde muy pequeñas!”. Una cuestión de cultura, aquí es el rosa, allí es el rojo. “No creo que haya un buen gusto y un mal gusto para los niños”, señala Flore. Una vez se ha efectuado la observación, el niño es libre de apreciarlo o no. “Tengo dificultades para aceptar los gustos de mis hijos”, señala Bernard, padre de familia, “pero creo que si me opongo a ellos, se pondrán a la defensiva”. Puede no gustarnos lo que un niño nos presenta pero, ante todo, mantengamos la calma: los gustos evolucionan con la edad… y la moda.

Con los niños mayores, el diálogo y el humor pueden ayudar a desactivar los conflictos. Pero son peores que todos los juicios definitivos del estilo a “¡Tu ropa es horrible!”. Más vale decir con franqueza lo que pensamos: “Me parece que esa ropa te engorda…”. El niño debe experimentar oposiciones para construirse y la formación del gusto no escapa a esta regla. La maduración llega al final de la adolescencia, así que paciencia, sólo cabe esperar la cosecha de los frutos de nuestra educación cultural.

La belleza, camino de contemplación

¿Por qué iniciar a nuestros hijos en la belleza? Según Florence, “porque desarrolla una apertura, una capacidad para recibir una cosa que nos supera”. Para recibirla, es necesario tener disponibilidad y silencio. Ciertamente no es fácil cuando lo que reina es el utilitarismo. Pero lo que es cierto es que frecuentar cosas hermosas, aunque discretas u ocultas, contribuye a la paz interior. Para Jean-François Kieffer, “la belleza tranquiliza, apacigua, mejor, eleva el alma”. Es totalmente gratuita y es lo opuesto de lo consumible. Incluso si a veces es laborioso, provocar oportunidades de contemplar la belleza en familia conduce a cosechar grandes momentos de alegría compartida.

La belleza es también el medio para hacer acceder a realidades ocultas. Aude de Kerros explica: “Cuanto mayores son las realidades del orden de lo no racional, del alma, de las emociones, más difíciles son de comunicar. Pero a través del arte, se consigue”. El arte es capaz, por ejemplo, de hacer que los fieles toquen algo de los misterios de la Fe, cosa que la razón tendría problemas para expresar. Y prosigue: “He repetido mil veces a mis hijos que aquello que ven con los ojos sólo es la pequeña parte emergida del iceberg, un rastro de un mundo infinitamente grande. Les he sugerido que podemos leer entre líneas y que eso se llama leer las señales, como se descifran las firmas de lo divino”.

Bénédicte de Saint-Germain

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