Hoy en día, es del todo normal comulgar en cada misa. Sin embargo, si esta práctica se vuelve diaria, ¿no podría llevar a considerar la Eucaristía como una cosa banal? O al contrario, ¿podría ser un camino de santificación?¿Es útil comulgar a menudo? Esta es una pregunta que nunca se planteó el rey san Luis de Francia. Él “escuchaba” dos misas al día, como se decía entonces, es decir, que asistía sucesivamente a dos “misas bajas” pero, como todos los hermanos menores y los dominicos de su siglo, solamente comulgaba siete veces al año, en las grandes celebraciones.
No se trataba de una falta de confianza en Dios, sino que lo hacían en virtud de un inmenso respeto hacia el cuerpo de Cristo recibido en la comunión: únicamente comulgaban después de haberse preparado mucho tiempo para ello.
Hoy en día, gracias a las enérgicas exhortaciones de León XIII y luego de san Pío X para regresar a la práctica primitiva de la Iglesia, a los cristianos les parece normal comulgar cada vez que van a misa.
Y como las reglas del ayuno eucarístico se han relajado considerablemente, apenas hay que realizar esfuerzos para comulgar sea cual sea la hora de la misa.
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De manera que hoy muchos cristianos van a comulgar todos los domingos e incluso todos los días. ¡Y algunos no se confiesan casi nunca o rara vez rezan! ¿Qué podemos pensar de esto?
Comulgar lo más a menudo posible, con una condición
La comunión solamente da todo su fruto si, en las horas que la preceden, repetimos intensamente a Jesús que necesitamos de Él y Le suplicamos que inunde nuestro corazón.
Después comulgar, también hemos de dedicar tiempo a hablarle. Entonces, ese “cuerpo a cuerpo” eucarístico se ampliará a un auténtico “corazón a corazón” que se prolongará durante todo el día.
El santo Cura de Ars advertía a sus compañeros contra el hábito que tenían de precipitarse sobre el periódico en cuanto terminaba la misa, en vez de continuar el diálogo con Aquel a quien acababan de tener en las manos y entregar a los fieles.
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Por su parte, la mística Marta Robin llegó a decir que la oración era más importante que la comunión diaria. Ciertamente, decía ella, la oración “exige mucho más esfuerzo. La comunión sacramental, además, puede no ser posible durante un largo intervalo debido a diferentes defectos que Dios envía a sus criaturas para ponerlas a prueba. La oración siempre es posible, aunque sólo sea durante unos minutos. La comunión no implica siempre virtud: podemos ser culpables y comulgar el cuerpo y la sangre del Señor. La oración de cada día tampoco quiere decir que seamos virtuosos, aunque sí es una prueba de que nos esforzamos seriamente para serlo”.
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Así que, sigamos comulgando lo más a menudo posible, si tenemos ese buen hábito. Pero que esas comuniones sean la cumbre de nuestra jornada. Una cumbre para cuya ascensión nos preparamos y cuyo descenso “en las manos de Jesús” lo hacemos con el corazón lleno de alegría.
Por el Abad Pierre Descouvemont