Bendecir el hogar es una buena manera de invitar a Dios bajo tu techo“Con cada mudanza, pedimos bendecir nuestro apartamento. Para nosotros, es una oportunidad de dar gracias a Dios y colocar bajo su protección aquello que vivamos allí y las personas que recibamos”.
Luis, de treinta años, no habría concebido establecerse en su nuevo hogar sin abrir su puerta al cura. Ante la mirada de su esposa y de su hijo pequeño, un sacerdote ofició la ceremonia de bendición de su nueva casa, habitación por habitación.
“Asiste, Señor, a estos servidores tuyos que, al ofrecerte hoy su vivienda, imploran humildemente tu bendición…”.
Estas súplicas del ritual acompañadas de la aspersión de agua bendita son familiares para el sacerdote. Arraigadas en la sabiduría de la Iglesia, estas liturgias familiares son recibidas con entusiasmo por muchas personas.
Como esta familia que ha aprovechado la visita del sacerdote para confiar a Dios su nuevo hogar o el caso de unos recién casados que se animaron a invitar a su cura a su fiesta de inauguración.
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Una práctica con raíces en el pueblo de Israel
Entre todas las bendiciones posibles –un lugar de trabajo, un comercio, un vehículo–, la invocada bajo el techo y las paredes de un hogar reviste una profundidad particular.
“Esta práctica tiene raíces en la liturgia del pueblo de Israel, evoca la sangre del cordero pascual que los hebreos pusieron sobre sus puertas antes de la huida de Egipto”, detalla el padre Emmanuel Roberge.
“Durante los primeros siglos, tiempos de persecución, la fe se vivía en el seno de los hogares, en la domus ecclesiae, la ‘casa Iglesia’. Las primeras liturgias cristianas se celebraban en las casas”.
Un lugar central del que dan testimonio muchos pasajes bíblicos, desde la hospitalidad de Abraham hasta las visitas de Jesús a Marta, María, Zaqueo, etc.
Resuena también la consigna de Jesús a los discípulos misioneros: “Al entrar en una casa, digan primero: ‘¡Que descienda la paz sobre esta casa!’” (Lc 10,5).
Una paz que viene a establecerse entre las paredes igual que se extiende a todos los moradores.
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El día en que su casa fue bendecida, “momento de gracias, de alegría y de celebración”, María y Juan invitaron a sus respectivas familias.
“Es una manera de poner nuestra vivienda en las manos del Señor y de proteger a nuestra familia. Nos parece algo indispensable”, atestiguan estos jóvenes padres.
Entre los fieles, algunos desean proteger o incluso liberar su vivienda de toda influencia perversa. “No sabemos necesariamente lo que pasó aquí antes de nuestra llegada…”, comenta Luis.
El padre Emmanuel Dumont, exorcista, recibe numerosas peticiones de este tipo. “La casa es el lugar de un combate espiritual, como cualquier iglesia”, precisa.
“Cuando termino de bendecir una habitación, me encanta extraer del antiguo ritual una oración penitencial que se propone para pedir perdón por nuestros propios pecados y por el mal que se haya cometido en la casa. Puede ser también una oportunidad para rezar por las personas que hayan muerto allí sin estar preparadas para ello”.
El sacerdote utiliza entonces agua y sal benditas, incienso y aceite para ungir puertas y ventanas.
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Fórmulas inscritas con tiza sobre las puertas
Quien se informa sobre los ritos de bendición descubre un tesoro barnizado por siglos de piedad popular.
Por ejemplo, en Francia, en el departamento normando de Calvados, aún podemos sorprendernos al encontrar fórmulas algebraicas escritas con tiza en el marco superior de las puertas: “20 + C + M + B + 20”.
Este resurgimiento de una tradición de Epifanía poco conocida en muchos países es corriente en los países germánicos.
Las iniciales corresponden a la invocación Christus mansionem benedicat, es decir, “Que Cristo bendiga esta casa”, flanqueada por las cifras del año nuevo.
También podrían leerse las iniciales de los reyes magos, Gaspar (Caspar en latín), Melchor y Baltasar. “Los reyes magos vinieron a adorar al Niño Jesús y, al volver a sus casas, extendieron por el camino la noticia de este nacimiento divino”, explica el abad Guilhem de la Barre.
Del 6 al 13 de enero, este sacerdote recorre los caminos de Normandía para bendecir unas cuarenta casas trazando con tiza esta inscripción sobre el dintel de las puertas.
“La bendición de las casas hace visible que, a través de su encarnación, nuestro Señor Jesucristo, el Verbo hecho carne, ‘habitó entre nosotros’ y que actúa en nuestras almas en la vida diaria, en la humildad de la vida doméstica cotidiana”.
La Iglesia propone esta tradición en el Directorio sobre la piedad popular y la liturgia. El cabeza de familia puede él o ella misma realizar esta liturgia familiar e inscribir la fórmula pertinente con tiza bendecida durante la misa de la Epifanía.
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Al contrario que la tiza, el agua bendita no deja ningún rastro visible en las paredes, aunque la vivienda permanece en manos de Dios.
“Es muy importante exponer a ojos de todos los iconos, estatuas, biblias o libros de oración”, recuerda el padre Emmanuel Roberge, para significar bien la presencia del Señor en esta morada.
Son signos que atestiguan que la casa cristiana, “cuasi consagrada”, es “una célula viviente del cuerpo de la Iglesia”.
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Por Noémie Bertin