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¿Vives lejos de tu ahijado? Sé así buen padrino a distancia

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Shutterstock | Stokkete

Edifa - publicado el 11/08/20

Ser elegido padrino o madrina de un niño es una gran alegría. Pero también es una responsabilidad: ¿cómo asumirlo cuando estamos alejados geográficamente de nuestro ahijado?

El día del bautismo, nos comprometemos, como padrino o madrina, a ayudar a los padres de nuestro ahijado o ahijada a “educarlos en la fe, para que estos niños, guardando los mandamientos de Dios, amen al Señor y al prójimo, como Cristo nos enseña en el Evangelio”.

No hemos sido meros testigos del bautismo: hemos dado nuestra palabra. Y la dimos en serio, pero… ¿y después?

Al cabo de meses y de años zarandeados por la vida, inundados de mil preocupaciones, alejados geográficamente, tenemos dificultades para respetar este compromiso y nos sentimos vagamente culpables por no haber hecho suficiente por nuestros ahijados, o por algunos de ellos.

A veces incluso tenemos conciencia de haberles fallado con errores más o menos graves. Nunca es demasiado tarde para hacer el bien: incluso si, después de varios años, apenas nos hemos ocupado de ellos, no es una razón para bajar los brazos.




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Estar presente en todos los acontecimientos importantes

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Para empezar podemos rezar por ellos y pedir al Espíritu Santo que nos enseñe a ejercer nuestras responsabilidades hacia ellos.

Una carta auténtica, en la que pidamos circunstancialmente perdón por un silencio demasiado largo o incluso por riñas o faltas graves, permitirá retomar el contacto.

Incluso en la edad adulta, es precioso tener un padrino y una madrina atentos y cariñosos. Nunca es demasiado pronto para comenzar.

Recordemos que nuestra misión consiste, ante todo, en ayudar a los padres, por eso desde el principio es importante establecer relaciones profundas con ellos.

Aunque los conozcamos bien, aunque sean hermanos o buenos amigos, nuestro estatus de padrino y madrina establece unos vínculos nuevos, de orden espiritual. Recemos por ellos y, cuando sea posible, con ellos.

¿Por qué no mantener una relación epistolar?

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Joey Laffort | Shutterstock

Cuando el niño es pequeño, dediquemos tiempo a hablar de él con sus padres. Interesémonos por su personalidad que se esboza poco a poco, por sus progresos y sus dificultades.

Evoquemos aquello que deseamos para él. Y ofrezcamos los medios para mantener esta relación: programemos regularmente un fin de semana con una tarde juntos o algunos días de vacaciones todos los años, cuando el distanciamiento geográfico no permita encuentros más frecuentes.

Estemos atentos a todo lo que compone la vida de nuestro ahijado. Es importante prestar atención a las noticias, estar presente a pesar de las distancias en todos los acontecimientos importantes, como cumpleaños, la vuelta al cole, la entrega de un diploma, etc.

Por otra parte, no olvidemos que los niños, sobre todo a partir de los cinco o seis años, se alegran mucho al recibir cartas a su nombre.

Aunque se trate de unas sencillas palabras en una postal, eso les muestra que alguien pensó en ellos de una forma muy especial.

Y, una vez que aprenden a leer y escribir con soltura, las cartas permiten decir muchas cosas, desde las más anecdóticas a las más profundas. Una carta se conserva, se relee… ¡es un auténtico tesoro!




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Padrino y madrina son unos interlocutores privilegiados ante los que el niño se siente único e irremplazable.

También es importante, cuando hagamos una visita a nuestro ahijado o ahijada, reservar un momento a solas, sin sus hermanos o hermanas, sin nuestros propios hijos.

Puede tratarse simplemente de un paseo los dos o una jornada más especial en la que se hagan cosas un poco más alocadas, cosas fuera de lo habitual, entre las que se pueden incluir la misa de domingo o un tiempo de oración.

A menudo nos sentimos unos pésimos padrinos o madrinas… ¡y quizás lo seamos! Pero entonces, la peor de las tentaciones sería perder coraje.

Recordemos que, a través de la petición de los padres y a través de la Iglesia que ratificó su decisión, es Dios mismo quien nos ha confiado esta misión.

Apoyémonos en Él para administrarla bien, aunque sea a varios kilómetros de nuestros ahijados. Y tengamos la seguridad de que Él nos da los medios para nuestra tarea, aquí y ahora.

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