Educar con firmeza y benevolencia es posible… y necesario¡Qué crueles los padres que ponen a dormir a su bebé en una “prisión” con barrotes llamada cuna! No tiene sentido pensar esto, ¿verdad? Evidentemente, todo el mundo sabe que esa cuna es necesaria para la seguridad del bebé y, como está seguro, el niño se siente bien en ella.
En una cama grande se sentiría perdido y habría una alta probabilidad de caída. Los barrotes, siguiendo el ejemplo del vaso medio lleno o medio vacío, pueden verse como una prisión o, al contrario, como una fuente de seguridad…
Esta imagen de la cuna nos ayuda a meditar, porque nos muestra la necesidad que tiene el niño de seguridad para desarrollarse bien.
Te puede interesar:
Crianza: los diferentes “apegos”
Una firmeza que asegura
Los barrotes evitan la caída. De la misma manera que el bebé no los reclama, aunque le sean necesarios, el niño no reclamará a sus padres la firmeza que necesita para crecer con seguridad, esa firmeza benevolente gracias a la cual se desarrollará desde la confianza.
Concretamente, son esos “sí” que no son “no” y esos “no” que no son “sí” los que permiten al niño saber lo que hemos decidido para su bien y, así, sentirse seguro.
Al niño le resulta tranquilizador experimentar que el adulto dice que sabe e incluso que imponga la autoridad de su saber. Y que ese adulto explique las razones de una orden o de una petición no significa que esté negociando.
Desterremos las amenazas que nunca llegamos a ejecutar (“¡Dejad de discutir en el coche u os dejo aquí mismo en la carretera!”): nos hacen perder credibilidad.
No demos “nuevas oportunidades” indefinidamente y que en realidad no son tales; mejor, cumplamos con lo que decimos: “Si te levantas de la mesa, la comida te va a seguir esperando”, y si es necesario, tanto peor y se pierde el postre. Y no ofrecérselo una hora después…
Te puede interesar:
Confianza y autoridad, ¿incompatibles para educar a adolescentes?
Aprender a vivir con limitaciones
Esos “sí” y esos “no” innegociables son el tutor que permite a la planta crecer recta. No temamos, por tanto, parecer unos padres crueles.
Sin límites, el niño tiene grandes probabilidades de caer y, aunque todas las caídas son malas, algunas son fatales…
No pasemos demasiado pronto al niño a una cama de adulto y así evitaremos dificultades para conciliar el sueño, el temor a la oscuridad, al vacío…
De igual modo, no levantemos demasiado pronto el tutor: si aún no tiene la edad en la que a veces pueda dar su opinión, no le dejemos otra opción. El cuestionamiento permanente le generaría incertidumbre y angustia.
Además, si el niño no aprende a vivir con límites, a aceptar la frustración, podemos apostar por que, cuando se haga mayor, se volverá esclavo de sus deseos y caprichos.
La firmeza tranquila acompañada de una coherencia valiente es la condición indispensable para toda buena educación, como fuente de confianza y de felicidad.
Te puede interesar:
Aprender a decir no y a poner límites que sanan