Nunca terminas: Recoger los juguetes de los niños, hacer la compra, vaciar el lavavajillas, preparar las comidas… Las jornadas familiares se miden al ritmo de las pequeñas tareas cotidianas que, rápidamente, pueden convertirse en agotadoras y empujar al desánimo. Para encontrar la alegría de realizarlas, este es el mejor método que puedes aplicar.
La educación es una misión apasionante. Pero el tiempo que se pasa poniendo en regla las cuestiones materiales puede resultar muy fastidioso. Sobre todo porque nunca terminan: Preparar biberones, encontrar el segundo calcetín, cambiar las bombillas, pagar las facturas…. Una vez que lo has hecho todo, hay que hacerlo otra vez. Los días de desaliento no faltan. ¡Cuidado con el agotamiento!
Pequeñas estrategias que aplicar
El primer resorte del desánimo se pone en marcha cuando perdemos de vista la finalidad de nuestras acciones. ¿De qué sirve recoger los cubos que mañana estarán desparramados de nuevo?
El segundo resorte del desánimo es la impresión de una ausencia de libertad frente a estas tareas: alguien tiene que hacerlo, esos calcetines no se van a clasificar solos. El tercer resorte es el sentimiento de soledad: si yo no lo hago, ¿quién va a hacerlo, un niño de 8 meses?
Frente al hartazgo del día a día, hay varias estrategias posibles:
- Organizarse,
- Intentar delegar,
- Incluso, si es necesario, prever una ayuda de un profesional del hogar y el presupuesto correspondiente.
Sin embargo, la organización no lo puede todo, una familia no es una empresa. ¿La gran diferencia? Podemos cambiar de gestor sin desnaturalizar la empresa, ninguna persona es irremplazable. En cambio, los padres son insustituibles. Saben bien que no pueden delegar su paternidad en otra persona, de ahí el sentimiento de soledad fundamental.
Sobre este asunto, el desasosiego no desaparecerá a base de racionalización logística. Reconozcamos entonces que nuestra vitalidad frente a las tareas repetitivas y francamente poco estimulantes puede ser una cuestión de vida interior. Si los hacemos por Dios podremos encontrar la alegría que a veces escasea cuando realizamos estas tareas.
Hazlo con Él
Mientras nos sentimos solos, Él nos considera únicos, como individuos sin los cuales el mundo es menos resplandeciente. Mientras que nuestro cuerpo se fatiga y nos pesa, Él dedica a este cuerpo una mirada llena de admiración y de alegría.
Lo mismo que cuando “miró todo lo que había hecho, y vio que era muy bueno” (Gn 1,31). Dios mira a la mujer y al hombre tal y como somos, no solo como individuos que alimentan hermosos pensamientos y nobles intenciones, sino como seres sexuados, de carne y hueso, que van y vienen con fardos de ropa sucia y pegan tiritas en rodillas con rasguños. Él ve, observa y admira. Incluso cuando cambiamos por enésima vez las bombillas.
La finalidad de nuestras acciones ya no es opaca. Solamente ha estado oscurecida, porque aquello que hacemos por los demás, con frecuencia lo hacemos en su ausencia. Decidamos hacerlo también por el Señor: todo lo que se hace para Dios se hace con Él. Siguiendo el ejemplo de san Pablo, bendigámosle por habernos hecho sus colaboradores. Todo lo que se hace para Dios, se hace con Él.
Jeanne Larghero