El 3 de octubre de 1982, durante un Congreso mundial de médicos católicos, san Juan Pablo II llamó a todos los especialistas de la medicina a tomar como “modelo supremo a Cristo, que fue médico del espíritu y con frecuencia del cuerpo de cuantos encontró por los caminos de su peregrinación terrena”.
“Os ilumine constantemente sobre la dignidad de vuestra profesión y os sugiera en toda circunstancia las actitudes y acciones que indica y exige la coherencia con la fe”, deseó el santo Papa.
18 años después, con motivo del Congreso internacional de médicos católicos, escribió una hermosa oración para que los médicos puedan rezarla en su día a día para pedir a Dios que les ayude en su trabajo.
Ahora puede ser una poderosa llamada de ayuda para cualquier persona que atiende a enfermos y necesitados:
Señor Jesús, Médico divino, que en tu vida terrena tuviste predilección por los que sufren y encomendaste a tus discípulos el ministerio de la curación:
Haz que estemos siempre dispuestos a aliviar los sufrimientos de nuestros hermanos.
Haz que cada uno de nosotros, consciente de la gran misión que le ha sido confiada, se esfuerce por ser siempre instrumento de tu amor misericordioso en su servicio diario.
Ilumina nuestra mente.
Guía nuestra mano.
Haz que nuestro corazón sea atento y compasivo.
Haz que en cada paciente sepamos descubrir los rasgos de tu rostro divino.
Tú, que eres el camino, concédenos la gracia de imitarte cada día como médicos no sólo del cuerpo sino también de toda la persona, ayudando a los enfermos a recorrer con confianza su camino terreno hasta el momento del encuentro contigo.
Tú, que eres la verdad, danos sabiduría y ciencia, para penetrar en el misterio del hombre y de su destino trascendente, mientras nos acercamos a él para descubrir las causas del mal y para encontrar los remedios oportunos.
Tú, que eres la vida, concédenos anunciar y testimoniar en nuestra profesión el "evangelio de la vida", comprometiéndonos a defenderla siempre, desde la concepción hasta su término natural, y a respetar la dignidad de todo ser humano, especialmente de los más débiles y necesitados.
Señor, haznos buenos samaritanos, dispuestos a acoger, curar y consolar a todos aquellos con quienes nos encontramos en nuestro trabajo.
A ejemplo de los médicos santos que nos han precedido, ayúdanos a dar nuestra generosa aportación para renovar constantemente las instituciones sanitarias.
Bendice nuestro estudio y nuestra profesión.
Ilumina nuestra investigación y nuestra enseñanza.
Por último, concédenos que, habiéndote amado y servido constantemente en nuestros hermanos enfermos, al final de nuestra peregrinación terrena podamos contemplar tu rostro glorioso y experimentar el gozo del encuentro contigo, en tu reino de alegría y paz infinita.
Amén.