¿Con qué pareja sueñas?
¡No, no hay príncipe azul como el de un sueño de princesa! Cada ser humano trae consigo su parte de imperfecciones. Imperfecciones de todo tipo: físicas, pero sobre todo en psicológicas o morales. ¿Quién puede jactarse de tener un equilibrio perfecto?
“Gracias a ti me he convertido en la persona que soy”
Nuestro pasado explica a menudo nuestras dificultades del presente. Desde nuestra infancia hay acontecimientos que nos han marcado: si no hemos recibido el amor apropiado, si hemos sido incomprendidos, incluso rechazados, llevamos cicatrices de agresividad o de baja autoestima.
Si hemos sido sobreprotegidos, podemos mostrar comportamientos de hartazgo o insaciabilidad. Si únicamente hemos conocido el éxito, podremos sucumbir a la tentación de la petulancia o la incapacidad de admitir un fracaso pasajero.
Además, por más que el mundo moderno lo olvide, el pecado existe y aporta su lote particular de sufrimientos.
Así que dejemos de soñar con un cónyuge sin defectos, todo refinado y que no conozca nunca los cambios de humor o el ensimismamiento. Y reconozcamos primero nuestras debilidades para aceptar mejor las del otro.
En la medida en que la elección del cónyuge haya sido reflexiva, en la que las cualidades reconocidas de cada uno garanticen una fuerte probabilidad de éxito, es posible gestionar un cierto coeficiente inevitable de insatisfacción.
Las imperfecciones son el recordatorio de que el ser humano ha de superarse cada día, con la gracia de Dios. Amar a una persona es ayudarla a adquirir su plenitud como ser humano, a superar algunos de sus límites.
Feliz es la pareja que, al término de su recorrido, puede decirle al otro: “Gracias a ti me he convertido en la persona que soy”.
Hay que saber trabajar con la imperfección. En la medida en que la aceptemos apagaremos nuestro egocentrismo, nuestros sueños de felicidad en las nubes, y podremos conocer una pareja enriquecida por la aceptación de las diferencias.
Denis Sonet