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«Él me desespera». «Ella me agota»

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Edifa - publicado el 29/05/20

¿Y si aceptaras a tu pareja tal y como es?

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Los pequeños defectos del otro pueden ser difíciles para la convivencia diaria y pueden erosionar el amor recíproco en la pareja. ¿Cómo conseguir pasar por encima de los hábitos insoportables del hombre o la mujer a quien tanto amamos?

¿Fake news los cuento de hadas? Digamos, más bien, una leyenda hábilmente mantenida a lo largo de los siglos y rápidamente desmontada tras unos pocos años de matrimonio.

“Después de intercambiar un beso, se casaron y se sorprendieron al descubrir las numerosas manías que tanto les molestaban de su pareja”. Vende menos que la fórmula habitual, pero está más cercana a la realidad.

Que juzgue el lector o lectora (pero cuidado, algunas escenas descritas en este artículo pueden herir la sensibilidad de los más jóvenes): el príncipe azul ronca como un tractor, desprecia las reuniones del colegio y nunca localiza la cesta de la ropa sucia. La princesa nunca cierra la pasta de dientes y afirma con la mano en el corazón que ignora quién ha podido abollar la puerta izquierda del coche familiar…

Son pequeñas tonterías que no hacen cuestionar el matrimonio que afectan sin embargo el día a día, una convivencia que a veces se hace pesada, incluso insoportable. Hasta el punto de preguntarse, a veces, por un momento, por qué extraño hechizo unos pocos años antes decidimos atarnos hasta que la muerte nos separe, con los ojos llenos de chiribitas. ¿Cómo no nos dimos cuenta?

De la “desidealización”…

“Al principio, los jóvenes esposos están en una fase de idealización”, explica Anne Videlaine, asesora matrimonial. “No ven al otro en su realidad. Como máximo, perciben algunas manías que les hacen más bien sonreír”.

La magia del amor es tan grande que los tortolitos creen que el capítulo de las disputas conyugales que se aborda en los preparativos para el matrimonio está reservado a las demás parejas, no a ellos.

“Cuando el sacerdote que nos preparó para el matrimonio me dijo que mi prometido tenía defectos necesariamente, me indigné tanto que quise pedir a otro sacerdote que nos casara”, recuerda Joséphine, de 45 años, capaz ya de elaborar fácilmente la lista de las cien rarezas de su amado.

“El amor es ciego, el matrimonio devuelve la vista”, decía Oscar Wilde. Una versión más mordaz de lo que podríamos denominar la fase de “desidealización”, durante la cual la pareja toma consciencia de su alteridad.

El otro no soy yo. El otro es otro. ¡Toda una revelación para los recién casados que siguen centrados en el maravilloso “los dos no serán sino una sola carne”!

Porque diferencias las hay y muchas: individuales (cada ser es único), sexuales, educativas y, por supuesto, de entorno social. “Esas diferencias aparecen generalmente en los tres primeros años de vida común. Al principio, cada uno intenta ajustarse al otro; luego, poco a poco, nos dejamos superar por la vida diaria. Dejamos de acordar momentos para el encuentro y la conversación. El reservorio afectivo se vacía y las pequeñas molestias toman una dimensión distinta. Pueden convertirse en reproches continuos que a veces hacen resurgir antiguas historias sofocadas”, analiza Anne Videlaine.

Es lo que Benoît denomina la “colección de sellos”: “Cuando mi mujer me reprocha mis malos modales en la mesa, a menudo recibo, por si fuera poco, un pequeño recital sobre la falta de educación de mis padres, después un curioso desvío por mis repetidas ausencias y el recuerdo de un error garrafal que cometí hace tres meses en casa de unos amigos”.

… a la de adaptación

¿Qué hacer entonces? Pasar a la fase de adaptación. Para empezar, aceptar la idea de que somos diferentes, como recuerda alegremente Gary Chapman en Casados y felices…después de tantos años: “No existen dos criaturas exactamente iguales. Todos somos piezas únicas, y Dios nos hizo así para que nos complementáramos”.

Luego, hay que distinguir las diferencias derivadas de la disparidad sexual. Y es que muchos líos derivan del hecho de que no se comprende el modo en que funciona el otro sexo. Por ejemplo, el hombre es secuencial, la mujer es multitarea, así que ella se enerva cuando el marido se levanta de la mesa con las manos vacías.

Identificadas así como una «patología» masculina o femenina, las malas manías son más fáciles de aceptar. Pero, sobre todo, ¡hay que hablar de ello! Y no solamente con los amigos, aunque haga bien y permita relativizar los problemas. Hay que hablar en pareja: “Se visualizan las banderas rojas, se analiza lo que se siente y se conversa cara a cara, escogiendo el momento adecuado y el tono justo”, explica Anne Videlaine.

“Nada de ‘me molestas’, sino ‘me molesta cuando [no avisas de que llegas tarde a casa, por ejemplo]’. Y concluimos la conversación expresando nuestras necesidades: ‘Me siento bien cuando la casa está ordenada’”.

Casados desde 1966, Vincent y Anita practican activamente este diálogo con fidelidad cada mes. Es una sesión que ambos califican de “primordial” y que les ha permitido “hacer crecer su amor”. “Esto nos ofrece la ocasión de hablar calmadamente, sin esperar a que explote la olla a presión”, explica Vincent. “No me altera que me diga lo que le molesta, todo depende de la forma en que se dice”, confirma Anita. “Doy fe de que el simple reconocimiento por parte del otro del sufrimiento que ha generado su comportamiento ya alivia la herida. Después, intentamos ver cómo nos adaptamos el uno al otro. Evaluamos lo que podemos cambiar y lo que tenemos que aceptar a pesar de todo”.

Cuando las debilidades se convierten en una oportunidad de amar más al otro

A pesar de todos nuestros esfuerzos de comunicación no violenta, siempre quedan fuentes de irritación. Sin embargo, como recuerda el padre Cédric Burgun: “La santificación en el matrimonio es ante todo la humilde aceptación de las pobrezas del otro”. Así que hay que amar al otro no a pesar de sus debilidades, sino amarle a causa de esas debilidades. En una pareja cristiana, las debilidades se acogen y se convierten en una oportunidad de amar más todavía. Esas son, precisamente, el camino del amor verdadero, es decir, el incondicional.

Y sobre todo no hay que olvidar que la armonía de los comienzos no pertenece a un pasado perdido. Esa armonía es una luz que nos puede hacer recordar en la noche para avanzar hasta el próximo momento de luz. La que hace que los cuentos de hadas digan “vivieron felices para siempre”.

Élisabeth Caillemer

Tags:
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