La Cuaresma está llegando a su fin.
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Jesús nos dio a su madre. Y no en cualquier momento: justo antes de morir.
“Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: ‘Mujer, aquí tienes a tu hijo’. Luego dijo al discípulo: ‘Aquí tienes a tu madre’. Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa”. (Jn 19,26-27).
En la Cruz, María se convirtió en madre de la Iglesia. Ella nos es dada para que esté cerca de nosotros el signo discreto de la consideración del Padre, para conducirnos hacia Jesús, para abrirnos a la acción del Espíritu Santo.
Ella misma, la Inmaculada, estuvo disponible para ello a lo largo de toda su vida. En la Tierra, María cuidó de Jesús como la mejor madre. No dudemos de que cuida de nosotros de la misma manera.
Apoyarse en ella para caminar hacia Jesús
Preguntémosle, confiémosle todas nuestras inquietudes, pequeñas o grandes, todas nuestras preocupaciones, de las más espirituales a las más prosaicas: nuestras dificultades para rezar, por ejemplo, o nuestros problemas familiares, e incluso las cuestiones meramente materiales que atormenten nuestro espíritu.
La Virgen María está atenta a nuestras necesidades, como lo estuvo para los invitados de Caná. Y, como en Caná, intercede por nosotros (Jn 2) y lleva a Jesús todas nuestras peticiones y todas nuestras oraciones.
Cuando recitamos el rosario y repetimos: “Dios te salve, María”, somos como niños pequeños que necesitan sostenerse de la mano de su madre para avanzar.
Nos confiamos a la intercesión de María, nos apoyamos en ella para caminar hacia Jesús. Nos dejamos llevar por su oración. Para un niño, ser llevado por su madre es el mejor medio de avanzar rápidamente, sin riesgo de caer, sobre todo cuando está cansado o no conoce el camino.
Honrar a la Virgen es rezarle
El mes de mayo nos invita a acudir a la escuela de María. Durante este mes es importante rezar el rosario, especialmente para y con los niños.
Hay miles de ocasiones para decir el rosario: solo o acompañado, por la mañana antes de comenzar con las tareas cotidianas o por la noche, con la familia reunida en el rincón de oración; dentro de la cama en las horas de insomnio…
Los días de fatiga o de desesperación, podemos incluso decirlo casi sin pensar, como una llamada de amor y de confianza, repetida una y otra vez.