“Con los niños se necesita una copa de sabiduría, un barril de inteligencia y un océano de paciencia”. San Francisco de Sales
La paciencia es una virtud que desarrollar en la crianza de los hijos. Pero cuidado con las falsas ideas sobre la paciencia pueden tener efectos contraproducentes.
Si retomamos la frase de san Francisco de Sales, ¿de verdad se necesita más inteligencia que sabiduría para educar a los hijos? ¡Eso es discutible! Pero ciertamente, la paciencia necesaria es infinita: paciencia hacia los niños, pero también hacia nosotros mismos, hacia los demás y, en cierto modo, hacia Dios.
La paciencia no es la impaciencia dominada
La paciencia es más importante que las acciones heroicas. Y sin embargo, lo más frecuente es que pase desapercibida. Podría decirse que es característico de la propia paciencia no querer distinguirse.
“Más vale ser paciente que valiente”(Pr 16,32).
Cuando los padres enseñan a sus hijos cómo atarse los cordones, son pacientes, se toman todo el tiempo necesario para mostrar al hijo los gestos necesarios. Le dan la posibilidad de ensayar varias veces, le vuelven a explicar el método y le alientan. En suma, parece que los padres no tengan otra cosa que hacer más que esa y el niño no se percata de que están realizando un gran esfuerzo de paciencia.
Si los padres muestran que ese esfuerzo les cuesta, acribillando al niño con comentarios de premura o de irritación, ya dejaría de ser paciencia, sino más bien una impaciencia más o menos controlada.
Sin embargo, la paciencia no es impaciencia dominada. La impaciencia nos hace hervir. A fuerza de voluntad, podemos sofocar esa ebullición, como quien pone una tapadera a la cacerola. Aparentemente, todo va bien, pero la ebullición interior continúa: ¡cuidado con la explosión!
Y si prohibimos cualquier explosión, se transforma en implosión; dicho de otra forma, volvemos contra nosotros mismos nuestra cólera y nuestra impaciencia. Eso puede parecerse a la paciencia, pero no lo es, puesto que, más tarde o más temprano, en el interior o el exterior, la impaciencia va a estallar y causar estragos.
Sinónimo de templanza
La paciencia se conjuga en presente, como el amor. La paciencia nos hace estar “presentes en el presente” con plenitud, mientras que la impaciencia nos impide disfrutar del instante actual haciéndonos lamentar que el futuro no esté ya aquí.
“Yo los exhorto a que se dejen conducir por el Espíritu de Dios” (Ga 5,16).
“Por el contrario, el fruto del Espíritu es: amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y templanza” (Ga 5,22-23).
La paciencia va pareja con la templanza, con el autocontrol, pero ambas derivan de la sumisión al Espíritu Santo. Para ser pacientes con nuestros hijos, hay que comenzar por ponerlo todo en las manos de Dios: su educación, su futuro, lo que deseamos para ellos, nuestras esperanzas y nuestras dificultades, todo lo que constituye nuestra misión de padres.
La paciencia es inseparable del abandono a la Providencia.
¿Por qué somos impacientes?
A menudo es porque tenemos miedo. Miedo de que nuestros hijos no sean felices, miedo de que se desarrollen mal, miedo de no cumplir bien con nuestra misión de padres, miedo de no lograr resistir las pruebas.
Si reflexionamos bien, vemos que, con frecuencia, nuestros momentos de impaciencia están ligados a faltas de confianza.Querríamos obtener ya la victoria porque, en el fondo, no estamos seguros de poder lograrla.
Nuestra impaciencia puede venir también del hecho de que queremos ganar en todos los planos: querríamos a Dios y al dinero, el éxito de nuestros proyectos y la venida del Reino. Nuestro corazón está atormentado porque está dividido.
La paciencia no es pasiva
La paciencia no se contenta con “matar el tiempo” esperando la conversión o el progreso.
La paciencia anima, perdona, acompaña con ternura y compasión. Es opuesta de la resignación.
Tener paciencia es esperar, es vivir plenamente el hoy de Dios porque sabemos que, resucitados con Cristo, ya poseemos la victoria.
Tener paciencia es dedicar tiempo a vivir este hoy que nos colma porque Dios ya se nos da en este día con plenitud. Tener paciencia es ver a través de los errores, las caídas y el pecado mismo, los signos de la misericordia de Dios, siempre victorioso sobre el mal y la muerte.
Christine Ponsard