El domingo, toda la Iglesia proclamó la alegría de la Resurrección. Estaría bien reflexionar con los niños sobre la importancia del Tiempo pascual, ya que la fiesta de Pascua no dura un único día. Se prolonga durante 50 días, hasta Pentecostés. Aquí podréis leer algunos consejos para permanecer en la Luz Pascual y abandonarse entre las manos de Jesús resucitado.
Después de la subida de la Cuaresma, la Pascua parece como un punto culminante… y ¿después? ¿Va a volver a empezar todo como antes de la Cuaresma? ¿Acaso nuestra vida espiritual, al ritmo del año litúrgico, es como una montaña rusa con subidas siempre seguidas de sus correspondientes bajadas? ¿No habría más bien una ascensión constante? ¿Qué sentido tendría la Cuaresma si no fuera más que un paréntesis en nuestra vida? ¿Qué valor tendría nuestra conversión –a la que hemos sido invitados durante la Cuaresma– si solo durara hasta Pascua… a la espera del próximo miércoles de Ceniza?
Con frecuencia, animamos a los niños a progresar durante la Cuaresma y después… nada más o, en cualquier caso, nada más que antes. Viven una Semana Santa ferviente y el domingo de Pascua llega como un término, como si los días que siguen a la Pascua fueran menos importantes que los precedentes. ¿Cómo ayudar a los niños a no “volver a la casilla de salida” después de la Cuaresma? A continuación, unos consejos para permanecer con los niños en la Luz de Pascua durante los cincuenta días del Tiempo pascual.
¿Por qué no proseguir con las resoluciones de Cuaresma?
Recordémonos nuestras resoluciones de Cuaresma, las que habíamos decidido en familia y las que habíamos tomado personalmente. Precariamente, con la ayuda de la misericordia divina, hemos progresado en la oración, el desapego, el amor a Dios y a nuestros hermanos. ¿Qué podemos hacer en concreto, precisamente, para consolidar esos progresos y no dejarlos volver a caer como un soufflé que se desinfla? Animemos a los niños a pensar de verdad en ello, siendo bien claros: la Cuaresma es la Cuaresma y el Tiempo pascual ya no es Cuaresma. Por ello, prolongar los progresos de la Cuaresma no es continuar las penitencias de la Cuaresma. Es importante subrayar esto porque, en general, el aspecto de la Cuaresma que más resalta para los niños es el de las privaciones… y lo que más les alegra de la Pascua es el de los chocolates, la reaparición de los dulces.
Está claro que cuanto mejor hagamos percibir a los niños que la Cuaresma no se limita al hecho de quedarse sin dulces, mejor entenderán que sus esfuerzos cuaresmales deben continuar en el Tiempo pascual. Si hemos presentado la Cuaresma como un tiempo de gracia que nos invita a conceder más espacio a Dios en nuestra vida, los niños comprenderán que no pueden luego “estrechar” el espacio de Dios, como si lo echáramos de la casa.
Abandonarse entre las manos de Jesús resucitado
El Tiempo pascual es una invitación a salir de nuestras cautelas, de nuestros temores, de nuestras angustias y desalientos. No tenemos nada que temer porque Jesús ha vencido al mal y la muerte. Creer en la Resurrección es rechazar toda inquietud porque sabemos que Jesús es el vencedor del mal. La Cuaresma nos ha invitado a abrirnos a la alegría de Dios. El Tiempo pascual es el momento de dejar estallar esa alegría. Sin embargo, la Pascua no va a solucionar mágicamente todas nuestras dificultades cotidianas: los problemas económicos, las preocupaciones profesionales, los fracasos escolares, las enfermedades… Lo que sí va a cambiar la Pascua, si así lo deseamos, será nuestra manera de mirar y de vivir esas pruebas, esos sufrimientos grandes o pequeños.
En la paz: Jesús ha vencido al mal, desde hoy y para siempre. En la calma: Dios es paciente, no nos presionemos por llegar a la victoria, llegará en el momento preciso. Tomando parte en la Resurrección, nos negamos a deleitarnos en nuestras preocupaciones, a lamentarnos por nuestra muerte, a darle vueltas a nuestras decepciones o nuestras tristezas. Ayudemos a los niños a comprender y encarnar de forma concreta en su vida cotidiana este abandono confiado entre las manos de Jesús resucitado.
Christine Ponsard