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Ayuno: El «lifting» que rejuvenece el alma

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By AndreyUG/Shutterstock

Edifa - publicado el 11/03/20

Aunque esté considerado como un vestigio del pasado, el ayuno tiene muchos beneficios para el cuerpo y para el alma

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Durante la Cuaresma, la Iglesia invita a los cristianos a renunciar a lo superfluo para acercarse a Dios. Privarse de comida siempre ha sido, a través de los siglos, el medio privilegiado de este espíritu de penitencia.

Sin embargo, muchos cristianos hoy en día rechazan o abandonan el ayuno y por lo tanto se pierden un hermoso viaje de luz hacia una conversión siempre renovada.

Si crees que no podrás mantener tu ayuno durante esta Cuaresma, aquí tienes nueve razones que te harán cambiar de opinión.

El ayuno, un lifting para un alma envejecida por el pecado

Al comienzo de la Cuaresma, la liturgia de la Iglesia nos interpela con claridad: «Conviértanse y crean en la Buena Noticia» (Mc 1,15).

Si la conversión es ante todo obra del Espíritu Santo, requiere nuestra colaboración. El que dijo que una comunión bien hecha era mejor que tres semanas de pan y agua es el mismo que ayunaba y velaba sin cesar: ¡el Santo Cura de Ars!

Tradicionalmente se reconocen tres medios que nos permiten colaborar en este milagro de la conversión de nuestros corazones: la oración, la limosna y el ayuno (Mt 6, 1-18).

En Lourdes como en Fátima, María insistía: «¡Penitencia! ¡Penitencia! ¡Penitencia!». ¡Es una palabra anticuada, empolvada y arrugada! Sin embargo, podría denominarse de otra forma: ¡un lifting para un alma envejecida por el pecado!

Rezar, ayunar, dar limosna son en realidad «purificaciones activas» de los sentidos. Acompañan a las «purificaciones pasivas» que consisten en soportar con paciencia e incluso con alegría las pruebas y dificultades de la vida cotidiana real.

El ayuno, un camino a la felicidad

Ayunar es permitir que surja un hambre más profunda a través de la privación de un bien al que estamos acostumbrados: el hambre de Dios.

El pecado consiste en apartarse del Creador para volverse hacia una cosa que se ha convertido en un «ídolo». El ayuno permite devolver al deseo su impulso original, es decir, volverse hacia Dios para amarlo a Él y a su Creación.

«Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados» (Mt 5,6): la bienaventuranza de los que desean estar en sintonía con el corazón de Dios para saborear la alegría de su presencia.

El ayuno nos ayuda a ponernos en sintonía con Dios

Es Cristo quien nos da la consigna, pidiéndonos que tengamos en nosotros los mismos sentimientos que había en Él (Fil 2, 5-11).

Este ajuste progresivo es la conquista de una auténtica libertad ante la servidumbre del mundo actual, del egoísmo y del amor posesivo. La armonía debe realizarse en los diferentes niveles relacionales de nuestra existencia.

De este modo, ajustamos nuestra relación con Dios a través de la oración, de nuestra relación con los demás, gracias a las limosnas materiales pero también espirituales: instruyendo a los ignorantes, aconsejando a los vacilantes, consolando a los afligidos, corrigiendo a los pecadores, perdonando al infractor, soportando los que nos agobian, sonriendo a todos, rezando por todos; nuestra relación con nosotros mismos y con los bienes materiales, a través del ayuno.

El ayuno y la virtud de la templanza

El ayuno está al servicio de la adquisición de la virtud de la templanza. La templanza asegura el control de la voluntad sobre los instintos y así libera el legítimo placer de los bienes materiales.

Pero el ascetismo no es en sí mismo una virtud. En otras palabras, si uno no se hace santo sin ascetismo, no es el ascetismo lo que lo hace a uno santo.

¡El orgullo siempre está al acecho! Por lo tanto, es importante que el ayuno vaya acompañado de actos de humildad, delicadeza y caridad.

Ayunar y compartir

La liturgia del Miércoles de Ceniza especifica claramente el propósito del ayuno que estamos invitados a vivir:

«Este es el ayuno que yo amo –oráculo del Señor–: soltar las cadenas injustas, desatar los lazos del yugo, dejar en libertad a los oprimidos y romper todos los yugos; compartir tu pan con el hambriento y albergar a los pobres sin techo; cubrir al que veas desnudo y no despreocuparte de tu propia carne. Entonces despuntará tu luz como la aurora y tu llaga no tardará en cicatrizar; delante de ti avanzará tu justicia y detrás de ti irá la gloria del Señor» (Is 58, 6-8).

El ayuno es, por lo tanto, inseparable de la solidaridad con los más pobres. Es una forma de entrar en una compasión más real, en una comunión más carnal, con nuestros hermanos y hermanas de la humanidad que sufren de malnutrición y con tantos otros que se mueren por no ser amados.

Es hacer nuestro el programa de Jesús: «un corazón que ve» la miseria y lo «insta» a la acción.

Ayunar para disfrutar de la vida

Un día en que Teresa de Ávila estaba con Juan de la Cruz en una de sus casas recibieron unas hermosas uvas. Juan de la Cruz exclamó: «¡Ah, al pensar en la justicia divina, nunca las comeríamos!».

Y Teresa de Ávila, agarrando un racimo de uvas con determinación, respondió: «Y pensando en su misericordia, no dejaríamos de comerlas».

Ayunar no es despreciar los bienes de este mundo. El ayuno no es una coartada para ocultar una dificultad con respecto a los alimentos, como la anorexia, por ejemplo.

«En resumen, sea que ustedes coman, sea que beban, o cualquier cosa que hagan, háganlo todo para la gloria de Dios«, nos recuerda san Pablo (1 Cor 10:31).

Lo que importa en última instancia no es el ayuno o la comida, sino el «amor agapé». Todo el ascetismo está efectivamente impregnado de amor.

El ayuno, una guerra espiritual

Sin embargo, como dijo Benedicto XVI, «el cristiano debe librar una lucha como la que Cristo libró en el desierto de Judea y luego en Getsemaní, cuando rechazó la tentación extrema aceptando la voluntad del Padre hasta el final. Es una lucha espiritual, que se dirige contra el pecado y, en última instancia, contra Satanás. Es una lucha en la que se utilizan las «armas» de la oración, el ayuno y la penitencia y que requiere una vigilancia atenta y constante«.

El ayuno, un acto revolucionario

San Juan Pablo II, por su parte, insistió mucho en la necesidad del ayuno en nuestra sociedad de consumo. Restringir el consumo es un acto verdaderamente revolucionario.

Es proclamar la primacía del ser sobre el tener, profesando que la felicidad no es una cuestión de cantidad, sino de calidad.

La noche en que la luz sale

Si la Iglesia sigue insistiendo en la importancia del ayuno para poder llegar al amor, no olvida la gratuidad de la gracia. Al final de la Cuaresma, en la noche de Pascua, todo se desborda ante la superabundancia de la misericordia, ante la efusión de la caridad:

«Vosotros que habéis ayunado y vosotros que habéis sido negligentes, honrad este día. ¡Ustedes que han mantenido la abstinencia y ustedes que no han ayunado, regocíjense hoy! Reciban la recompensa, tanto los primeros como los segundos; ricos y pobres, ¡celebren la fiesta juntos! La ternera grasienta está servida. Que nadie pase hambre. Que todos participen en el banquete de la fe; reciban todas las riquezas de la misericordia» (San Juan Crisóstomo).

Aunque nos esforzamos y estamos deseosos de cooperar en nuestra conversión, no ponemos nuestra fe en nuestras prácticas. La ponemos en Cristo que nos amó y se entregó por nosotros.

Por el padre Nicolas Buttet

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