Nadie quiere ser un mal padre o madre pero cuidado, porque tratar de ser unos padres perfectos a toda costa puede ser peor.
Todos queremos ser unos buenos padres. ¡Menos mal! Demuestra que queremos dar lo mejor a nuestros hijos. Pero en realidad somos limitados e imperfectos y, a veces, cometemos errores.
Normalmente hay una gran diferencia entre lo que nos gustaría ser y lo que realmente somos. Al no ser padres perfectos, en ocasiones estamos tentados a parecer irreprochables, lo que puede llevarnos a enmascarar o negar nuestros errores para intentar así transmitir una imagen impecable de nosotros mismos y de nuestra familia.
Jesús nos pide que busquemos la perfección: “Sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo.”. (Mateo 5:48). Pero no se trata de una perfección exterior, ni siquiera de una perfección moral, adquirida por mucho esfuerzo. Debemos ser perfectos “como” el Padre, en otras palabras, “a la manera” del Padre.
Unos buenos padres
La perfección de la que hablamos aquí es la del amor, un amor sin límites, incluso a nuestros enemigos. Esto presupone que empecemos por nosotros mismos. Jesús no nos pide que seamos personas justas que no necesitan misericordia, sino pecadores que aceptan dejarse curar y salvar.
No busquemos por tanto ser padres impecables pues podríamos aplastar a nuestros pequeños bajo el peso de una perfección imposible de alcanzar. Los padres ejemplares son agotadores y desalentadores para todos.
¿Esto quiere decir que no deberíamos esforzarnos por ser buenos padres? ¡Claro que sí pero no de cualquier manera! ¡Nuestro propósito vital no es ganar el premio a la excelencia!
Si nos esforzamos por ser padres perfectos para estar por encima de todo reproche, para demostrar a los demás y a nosotros mismos que llevamos bien nuestra vida, corremos el riesgo de cerrarnos y perder la alegría.
Podemos multiplicar nuestras buenas obras, pero nos mantendremos lejos de Dios, como los fariseos del Evangelio a los que Jesús reprochó su dureza de corazón.
Los mejores padres son los que ponen su confianza en Dios
Alegrémonos de ser “malas madres” o “malos padres”, es decir, padres que necesitan comprensión. Esto no significa que debamos estar satisfechos con nuestros defectos. Al contrario, querremos ser mejores cada día, no para brillar y dar una buena imagen de nosotros mismos, sino simplemente por amor.
Al vivir con confianza ya no desearemos esconder nuestros defectos para parecer impecables, sino que los aceptaremos pacíficamente y pedir perdón por ellos a quienes los sufran.
Los mejores padres son aquellos que saben que son imperfectos y se alegran por ser amados con sus defectos también. Ellos son los que, sin pasar el tiempo preocupándose por todo, no buscan mantener las apariencias, y no les importa lo que los demás digan. No les preocupa que otros vean sus defectos porque ponen toda su confianza en Aquel que vino a buscar y a salvar a “malas madres” y a “padres indignos” (Lc 19, 10).
Christine Ponsard