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Después de leer este artículo, ya no contendrás más tus lágrimas

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Edifa - publicado el 22/02/20

Las lágrimas son a menudo interpretadas por nuestra sociedad como una forma de vulnerabilidad. Mientras que la fuerza, el autocontrol o la impasibilidad se consideran cualidades. ¿Y si eso no fuera cierto?

Hay muchas lágrimas en la Biblia: lágrimas de luto, de arrepentimiento, de emoción, de alegría.

  • Es Anna la que está de luto por no tener hijos (1 Sam 1:10).
  • David que sube al Monte de los Olivos llorando, traicionado por su hijo Absalón (2 Sam 15:30).
  • Pero también José, molesto por reunirse con sus hermanos después de años de exilio (Gen 42:24).
  • Sara, la futura esposa de Tobías, desesperada por las calumnias de una sirvienta.
  • María Magdalena, cuyas lágrimas de contrición se derramaron sobre los pies de Jesús (Lc 7:38).
  • Pedro, que llora amargamente su triple negación (Lc 22:62).
  • Pablo escribiendo a los Corintios “entre muchas lágrimas” para contarles su afecto (2 Cor 2:4) y tantos otros.
  • Incluso el propio Jesús lamentándose por Jerusalén (Lc 19:41) o presentándose con compasión ante la tumba de su amigo Lázaro (Jn 11:35).
  • “Felices los afligidos, porque serán consolados”, dice la tercera Bienaventuranza (Mt 5, 5).

Entonces ¿por qué algunas personas niegan tan frecuentemente el derecho a llorar?

La esperanza no suprime la tristeza

No lloramos porque no nos gusta revelar nuestra debilidad. Porque siempre nos han dicho: “No se llora en público”.

Tampoco queremos mostrar cómo nos sentimos realmente o por miedo a herir a otros, a aumentar su propio dolor. No lloramos porque no queremos molestarlos ni parecer que hablamos demasiado de nuestras dificultades “ya que hay gente más infeliz que nosotros”.

Uno se imagina que las lágrimas son incompatibles con la esperanza cristiana: “No llores si me amas”, escribió San Agustín sobre la muerte.

Pero sí, la muerte es triste, como tantos otros eventos que desgarran nuestros corazones. Ciertamente, la esperanza cristiana es más fuerte que esta tristeza, pero no la suprime. ¡La Pascua no borra el Viernes Santo!

La certeza de ser amado por Dios, y la alegría que resulta de ello, no impide que suframos separaciones, fracasos y lutos de todo tipo, que sintamos compasión por los sufrimientos de los demás. ¡Al contrario!

El amor hace a uno vulnerable; la intimidad con Dios no acoraza el corazón, sino que refina su sensibilidad. La esperanza no nos convierte en seres inhumanos, que viven con indiferencia por encima de los dolores que afectan al hombre común.

Y cuanto más nos dejamos revestir del poder del Espíritu Santo, menos miedo tenemos de dejarnos tocar por lo que duele.

Por qué no te hay que contener las lágrimas

Si el Señor nos ha dado la capacidad de llorar, es para que podamos usarla. No hay nada peor que una pena que ha llegado y que no se puede contar a través de las lágrimas. Y no hay nada más difícil que sentir el dolor de un ser querido y verlo apretar los dientes y el corazón para no mostrar su angustia.

Llorar no es un signo de falta de esperanza. Mientras no nos encerremos en nuestra pena, no “saboreemos nuestra tristeza”, no confundamos el llanto con el gemido, sepamos secar nuestras lágrimas y no nos sirvamos de ellas para manipular a nuestros seres queridos (“¡Mira cómo me haces infeliz!”).

¿Es el llanto un signo de vulnerabilidad? Sí, y menos mal. Nos recuerda que somos pobres y pequeños, que necesitamos a Dios y a nuestros hermanos.

“Nunca debemos avergonzarnos de nuestras lágrimas –escribió Charles Dickens- porque son una lluvia que esparce el polvo que cubre nuestros corazones endurecidos.”

Christine Ponsard

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