Aunque el perfeccionismo representa un potente instrumento para tener éxito, también puede arruinar la vida de la persona que tiene grandes exigencias de excelencia. A continuación, algunos consejos a cumplir si tu deseo de perfección perjudica tu vida cotidiana y la de tu entorno.
Los cristianos están llamados a la perfección (Mt 5, 48) en la pobreza y el desprendimiento. Pero a veces el deseo de perfección puede envenenar la vida de una persona.
La duda, la obsesión por el detalle, el miedo al error puede alejarnos de lo esencial. El psiquiatra Frédéric Fanget revela algunos consejos sencillos para aplicar en la vida cotidiana para ser un perfeccionista feliz.
¿Qué es el perfeccionismo?
Una pequeña voz interior que dice “siempre mejor”, “siempre más”, “un poco más”. Es un motor que estimula, ayuda a perseverar y a tener éxito. Pero sin límites, puede volverse tiránico y causar estrés perjudicial, o parálisis.
El perfeccionismo genera “discapacidad del placer”. La persona no disfruta de sus éxitos, ya que ya está enfocada hacia un objetivo más ambicioso. Está bajo una presión constante.
El error la aterroriza y la lleva a una meticulosidad excesiva. No sabe cómo priorizar y pierde mucho tiempo en detalles.
El perfeccionismo suele ser una mala respuesta a la ansiedad. La persona “afectada” es víctima de su permanente “sí, pero”.
Le parece difícil aceptar que haya hecho o le haya pasado algo bueno. Inmediatamente pone un “pero” en el medio, lo que le lleva a la letanía habitual de sus errores o fracasos.
Una de mis pacientes contó que repetía este “pero” hasta treinta y siete veces al día. La animé a poner un punto final después de su “sí”. Y a experimentar la emoción positiva que siente cuando habla bien de sí misma, sin denigrarse o minimizar su éxito.
Ese “pero” desgasta la autoestima y lleva al perfeccionista a hacer aún más. Debe aprender a contentarse con lo bueno, con el “sí”, sin buscar lo perfecto.
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