¡Amén! Muchas veces decimos esta palabra, a menudo como una rutina, al final de una oración o de un discurso, como si fuera un punto final. Sin embargo, le da al texto una apertura que está en armonía con nuestras vidas
El horizonte nunca está cerrado cuando decimos “amén”. Para probar la fruta que oculta esta palabra, debemos ir más allá de la cáscara, extrayendo su savia y significado.
“Amén”, de la raíz hebrea “‘mn”, significa “fuerza, firmeza”. Al decir “amén”, hacemos nuestra una oración, un texto, confiamos en una persona: “Sí, lo que acabamos de oír es sólido, y por ello apuntamos nuestro amén, nuestro sí”. Así que este término hebreo tiene un aspecto relacional.
Por lo tanto, decir “amén” a Dios es expresar que Él que es confiable, “el Dios fiel” (Is 65:16), y que siempre podemos confiar en Él. “¡Bendito sea el Señor eternamente! ¡Amén! ¡Amén!” (Sal 89, 53).
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