La Cuaresma está llegando a su fin.
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El amor a los enemigos está en el corazón del Evangelio. Este amor es real y exigente, ya que no pide nada a cambio. Jesús habla de ello sin romanticismos, más allá de toda caricatura:
«Pero yo les digo a ustedes que me escuchan: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian.» (Lc 6, 27).
Y para ser más claro, la convierte en una bienaventuranza:
«¡Felices ustedes, cuando los hombres los odien, los excluyan, los insulten y los proscriban, considerándolos infames y los proscriban, considerándolos infames a causa del Hijo del hombre!» (Lc 6, 22).
La ley del perdón reemplaza a la ley de la venganza
Por supuesto, ¡Jesús no es masoquista! Rompe el círculo de la venganza y la violencia predicando un amor de estima y benevolencia hacia el enemigo:
«Bendigan a los que los maldicen, rueguen por lo que los difaman» (Lc 6,28).
Su vida da testimonio de esta entrega de amor, especialmente en la Cruz:
«Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34).
La actitud del discípulo es ante todo escuchar a Jesús con un corazón dócil y luego amar en la verdad. ¡Os digo que améis a vuestros enemigos! ¡Fuera el viejo decreto: «Ojo por ojo, diente por diente» (Lev 24:20)!
A partir de ahora, la ley del perdón sustituye a la ley de la venganza. Jesús corrige la ley y la lleva a la perfección. Toda vida humana es sagrada. El asesinato, la tortura y la guerra no pueden oponerse a esta invitación a amar a los enemigos.