El ruido a veces nos quita la paz y nos impide comunicarnos. Los niños también necesitan el silencio
Los sonidos, tonos y timbres de los teléfonos, de la radio, de la televisión, la música, los gritos de niños… Vivimos continuamente con ruido. Pero cuando este ruido interrumpe nuestra vida cotidiana hasta tal punto que nos impide comunicarnos unos con otros, y especialmente con Dios, debemos atrevernos a decir que hay que parar y dar cabida al silencio en el seno de nuestras familias.
El clima familiar debe fomentar el silencio. La forma de hablar, de dirigirse a los demás, empieza por la forma en que hablamos a nuestros hijos.
Los gritos y los alaridos no fomentan el silencio, especialmente porque al atacar el sistema nervioso, conducen a más gritos. Si empezamos a gritar a nuestros hijos “¡Deja de gritar!, es poco probable que funcione.
Los niños nos imitan. Un profesor explicaba que cuando quería silencio en su clase, empezaba a hablar en voz baja. Para oírlo, los estudiantes tenían que guardar silencio y estar muy atentos.
Sin duda, esto es más fácil decirlo que hacerlo porque requiere una alta dosis de paciencia. La paciencia a veces se pone a prueba: ¡pregúntenles a algunos padres a partir de las siete!
El silencio que los niños necesitan
Muchos niños están acostumbrados a vivir con un sonido de fondo permanente: la televisión continuamente encendidas o los auriculares invariablemente colocados en sus oídos. Esto no es nada bueno.
En primer lugar, el ruido ataca al cuerpo. Entonces el niño se acostumbra a oír sin escuchar y por lo tanto sin estar atento. A menudo, inconscientemente, registra innumerables mensajes (raramente constructivos y no siempre inofensivos) que desordenan su memoria, perturban su inteligencia y nublan su juicio.
El niño, como el adulto, necesita un mínimo de silencio, e incluso de soledad, para encontrarse a sí mismo, para ser él mismo, para “hacer de su vida una conversación con Dios”.
En la música, los silencios embellecen las notas. Del mismo modo, en la vida, son los tiempos de verdadero silencio los que dan peso a las palabras y a los hechos. Entonces es posible estar continuamente atento a la Presencia Divina, incluso con ruido y agitación.
“Cuanto más nacen tus obras del silencio, más vivas y vigorizantes son”, Dom Augustin Guillerand.
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El silencio que el niño necesita también es el silencio que rodea su jardín secreto. Tiene derecho a no decirlo todo, tiene derecho a que sus confidencias no se repitan. Por supuesto, lo que le dice a mamá, papá puede saberlo… pero no necesariamente el hermano mayor o la abuela.
Un secreto es un secreto, una confidencia merece respeto, incluso cuando viene de un niño. En este jardín secreto, “un jardín cerrado, una fuente sellada”, el niño vive su intimidad con Dios. Es importante. Es incluso vital.
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Christine Ponsard