Los sabios de Oriente trajeron a Jesús: oro, incienso y mirra. Conocemos el significado de estas ofrendas pero un poco menos su impacto en nuestra oración...
El oro define al rey, el incienso celebra a Dios, la mirra anuncia su muerte. Estas ofrendas traídas por los reyes magos a Jesús simbolizan los fundamentos de toda oración.
La oración es real
Ella celebra el esplendor de este Dios que es nuestro rey. Se hace alabanza, rinde gloria, lo que también se llama “doxología” (como, al final del canto de un Salmo, la invocación “Gloria al Padre, al Hijo, al Espíritu Santo”).
La oración, litúrgica o personal, no puede olvidarse de ser doxología. La oración descentrada, nos invita a consagrarnos a Dios en lugar de a nosotros. Y sabemos que tan pronto como nos consagramos a Él (Él que no cesa de ocuparse de nosotros), nos portamos mejor.
La oración es un incienso
El incienso es un aroma que arde al elevarse hacia el cielo. Nuestra oración se hace súplica de la tarde y, si asciende en humo, va directa al cielo, oliendo agradablemente. Sí, la oración es humo: es una actividad gratuita e improductiva, que solo sirve para amar. Por lo tanto, es esencial.
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