Todos tenemos un ángel guardián que Dios ha puesto a nuestro lado para apoyarnos, defendernos y acompañarnos cotidianamente. Pero, ¿cómo acoger su presencia en nuestras vidas?
La fe enseña que los ángeles son criaturas espirituales, personas constituidas de inteligencia y de libertad. Cuando los ángeles han aceptado el plan de amor de Dios para ellos, su media-eternidad (desde que fueron creados) se pasa alabando a Aquel que los colma (como nuestros santos) y, además, participando en el gobierno de los hombres, de acuerdo con las disposiciones de la Providencia.
Ellos nos cuidan, en general y en particular, y sabemos que un ángel es un designado para nuestra guardia. ¿Pero podemos ponernos en contacto con él?

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¿De qué sirve nuestro ángel guardián?
El trabajo de nuestro ángel guardián consiste en facilitar nuestro camino al cielo. Es decir, darnos a ver a Dios en todas las cosas y elegirlo con preferencia a todo.

No se trata de ningún tipo de seguro de vida. El ángel no impide una falla, una enfermedad, mi propia muerte, un error de juicio,…
No me impide actuar actuando en mi lugar. Él me da la oportunidad de que me aplique en mi acción, y su firma es desaparecer al máximo para dejarme la impresión de haberlo hecho todo. Él me educa a la responsabilidad acercándome a Dios.
Una discreción así tiene como consecuencia disimular cualquier forma de aparición visible e incluso de relación interna. Esto es bueno, ya que son declarados «bienaventurados» por Jesús aquellos que creen sin ver.

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Habla y reza a tu ángel guardián
El mundo invisible, sin embargo, no está inactivo. Estamos invitados, no a soñar con los ángeles (sueños que se parecen a nosotros inquietantemente), sino a rezar a los ángeles, y cada uno al suyo.
No resta nada a Dios que recemos a aquellos a quienes Él ha delegado a nuestra escolta. Por el contrario, es agradecerle por su magnificencia.
Así que no dudes en importunarlo todas las mañanas, de conjunto con una élite de santos que nos son queridos, y encomendarte a Dios a través suyo.

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Tenemos derecho a rezar a quienes rezan por nosotros. No es bueno que un ángel permanezca inactivo. Y quién sabe, a fuerza de hablar con él, compararse con él, de hacerlo «cómplice» de nuestras buenas acciones, tal vez nos hará la gracia de hacernos sentir su presencia.

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