Cada pareja es un misterio y una realidad única, lo que más importa no es la forma sino la voluntad de rezar juntos
La experiencia demuestra que la oración conyugal, como la oración en familia, presenta algunas dificultades: el tiempo dedicado a ella, el contenido de la oración, la superación del conformismo y de la rutina, la reserva personal de cada persona en cuanto a la expresión de su relación con el Señor…
El error sería creer que estas dificultades son insuperables… Rezar individualmente, se aprende, rezar juntos, ¡también se aprende!
Los preparativos iniciales deben ser sencillos. Debemos confiar totalmente en el Señor; si Él quiere esta oración en común, Él dará los medios para hacerlo. Todo lo que nos pide es nuestra voluntad y perseverancia para aprender.
Dedicarse por lo menos diez minutos, no excesivamente tarde por la noche, después de que los niños se hayan ido a la cama, un momento en el que no sea probable ser molestado.
Empezar estando de pie uno al lado del otro, en silencio, con la actitud corporal que conviene a cada uno… ¡y que no es necesariamente la misma!
Recogerse, entregar su corazón al Señor… Invocar al Espíritu Santo: “Ven Espíritu Santo, ven, ora en mí“. Podemos satisfacernos con esta oración silenciosa durante un largo período de aprendizaje en el que simplemente nos acostumbramos a permanecer juntos ante el Señor.
Podemos terminar con un Padrenuestro y un Ave María, rezados muy lentamente.
Si aceptamos pasar por este primer estado de pobreza, veremos que el Espíritu Santo nos hará expresar poco a poco algunas palabras interiores: acción de gracias, peticiones, etc.
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