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Día de Todos los Santos y difuntos: ¿Cómo hablar con tus hijos de la muerte?

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Edifa - publicado el 30/10/19

El niño necesita la verdad en todo

Al celebrar Todos los Santos, cuando florecen los crisantemos, nos unimos -vivos y muertos- en la misma oración: alabanza a los santos que ya gozan de la infinita bienaventuranza prometida por Jesús; intercesión por todos aquellos que, esperanzados en saborear la plenitud del Reino, son todavía inmersos en el estado misterioso que se llama purgatorio. El Día de Todos los Santos nos invita a considerar la muerte como la entrada a la vida eterna. Pero experimentamos la muerte con dolor. Es la separación y la ansiedad ante lo desconocido. Por lo tanto, a veces nos sentimos en la tentación de mantener a nuestros hijos alejados de la muerte lo más posible: “Pronto descubrirán todo esto, tienen tiempo para sufrir”. Esto no siempre es posible, por supuesto. Pero ¿Es incluso deseable? Y si tenemos que hablar de ello, ¿cómo hacerlo?

No ocultar la verdad a los niños

Todo el mundo sabe que un niño puede enfrentarse a la muerte a una edad muy joven: la muerte de un padre, una madre, un hermano, una hermana, unos abuelos, etc. También puede enfrentarse a su propia muerte. Por lo tanto, es evidente que no se hablará de la muerte de la misma manera a un niño cuyos días están contados, como a otro niño destrozado por la desaparición de un ser querido o a un tercero al que la muerte todavía no concierne directamente. Sin embargo, nunca es fácil hablar con un niño del tema de la muerte, independientemente de las circunstancias. Pero las palabras, por muy torpes que sean, son mejores que el silencio porque todos los niños sin excepción hacen preguntas sobre la muerte, incluso si no hablan de ella, lo cual sucede cuando sienten que sus padres no están preparados para responderles (o, lo que es peor, si saben que se les han mentido al respecto).

El niño necesita la verdad en todo. Esto significa que no debemos esperar hasta que estemos completamente serenos ante la muerte para atrevernos a hablar de ella. ¿Lloramos la muerte de un ser querido? Sin revelar todo nuestro sufrimiento, sin hacer de nuestros hijos los confidentes de nuestra angustia, podemos mostrarles que nosotros también lloramos y que vivir la muerte es difícil para todos. En particular, es esencial que el niño sepa que la esperanza cristiana, la confianza en Dios y la fe en la vida eterna ciertamente transfiguran el sufrimiento, pero no lo reprimen. El propio Jesús lloró sobre la tumba de su amigo Lázaro. La muerte supone al mismo tiempo el deslumbrante paso hacia el cara a cara divino y el horror de la separación.

Encontrar las palabras adecuadas

Cuando hablemos de la muerte a los niños, tengamos cuidado de no usar términos que puedan malinterpretar. “El cielo” es el que está sobre nuestras cabezas y si el niño no ha entendido correctamente que este término se refiere al Reino de Dios, naturalmente pensará que los muertos están como suspendidos sobre nuestras cabezas. De la misma manera, evitemos decir: “Dios se ha llevado a tu padre”. El niño podría rebelarse contra este Dios que le “quita” a su padre.

Como siempre, y especialmente cuando se trata de estos temas fundamentales relacionados con la muerte (o el comienzo de la vida), se debe recordar que los niños solo registran lo que les interesa. Poco a poco comprende y asimila las cosas. Por lo tanto, no debe sorprendernos que tengamos que repetir verdades que creíamos que ya habían entendido. Así, los niños pequeños a menudo encuentran difícil comprender que hasta la resurrección, el alma y el cuerpo están separados por la muerte.

Hablar con los niños de la muerte es, ante todo, hablarles de la vida. Esta vida que, comenzada aquí en la tierra, florece hacia la Vida Eterna. Es hacer que estén atentos a la realidad de esta presencia discreta y silenciosa pero tan verdadera de todos los difuntos: la comunión de los santos une en el mismo amor la vida de la tierra y la del cielo. No debemos olvidar decirles de nuevo que si no sabemos nada sobre la vida después de la muerte, sobre lo desconocido después de la muerte, es porque Dios quiere “sorprendernos”. Y puesto que Dios es el más amante de los padres, podemos estar seguros de que la sorpresa será muy hermosa.

Christine Ponsard

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