Todos tenemos un lugar especial, secreto, para rezar y hablar con Dios.
Yo solía rezar muy poco. Y por eso estaba también poco en la presencia de Dios. Al pasar los años me di cuenta que la vida sin Dios, en medio de nosotros, no vale la pena. Es como un saco vació que nunca lograrás llenar.
Decidí cambiar, buscarlo, conocerlo y amarlo.
En el camino aprendí el valor de la oración y tomé en serio estas palabras de Jesús:
“Pero tú, cuando reces, entra en tu pieza, cierra la puerta y ora a tu Padre que está allí, a solas contigo. Y tu Padre, que ve en lo secreto, te premiará” (Mateo 6, 6).
Me gusta, cuando viajo al interior del país, parar en las Iglesias para saludar a Jesús en los sagrarios. Una pequeña jaculatoria basta y un “te quiero Jesús”y sigo mi camino. Me encanta sorprenderlo.
También tengo otros lugares que disfruto mucho. Por lo general voy solo, para poder estar con Dios a gusto. Visito capillas, pequeños oratorios, y un parque cercano a mi casa. Quería mostrártelo. Es uno de mis sitios favoritos. Hoy estuve allí. Tomé una fotografía. Es una banca sencilla bajo un árbol frondoso. Alrededor otras bancas, personas caminando, niños jugando. Pero allí, todo es paz y silencio. Mi esposa disfruta mucho ir conmigo. Y a menudo vamos juntos.
En el verano la sombra te cobija y puedes estar tranquilo. Rezas a gusto y hablas con Dios sin distracciones…
“Señor…”
“Aquí estoy Claudio…”
“Gracias…”
“¿Por qué me agradeces?”
“Por ser nuestro Padre”.
Tienen una hermosa gruta con la imagen de la Virgen, subiendo una pequeña loma. Me gusta caminar hacia allá, lentamente, rezando y meditando el rosario. Y cuando estoy frente a ella cantar:
“Ave, ave, ave María… ave, ave, ave María”.
Es mi madre celestial y me encanta piropearla, aunque me vea raro, allí, cantando solo. Sé que desde el cielo me ve y sonríe complacida por estas ocurrencias.
El hombre debe tener momentos especiales, a solas con Dios. Es una necesidad que late en nuestro interior y que los años y la vida adormecen.
Me encanta también pasear por las tardes con mi esposa Vida.
Vivimos en un lugar acogedor, con árboles, y la brisa del verano que todo lo envuelve. Aún acompañados, sentimos la dulce presencia de Dios en nuestras vidas. Tenemos 31 años de casados, y ha sido esa presencia la que nos une cada día más y nos motiva a continuar.