Aquella mañana de julio me di cuenta que debía perdonar. Había pasado un tiempo pensando seriamente que hacer. Tenía muchas opciones, podía devolver mal por mal, estaba a mi alcance. Pero en mi corazón albergaba un sentimiento, algo difícil de explicar, que me recordaba aquella parte del Padre Nuestro que a diario rezaba: “Perdona nuestras ofensas, como también perdonamos a los que nos ofenden”.
Era el momento de perdonar esta grave ofensa. Pero no sabía cómo y tampoco tenía fuerzas ni motivaciones para hacerlo. Qué fácil era seguir sin perdonar.
Era como si el mundo entero me gritara: “Venganza”.
Pensé mucho en ello. ¿Dejarme arrastrar por lo que otros me decían? Odiar sin reparos, saber que te han hecho daño.
Olvidar pero nunca perdonar, era la alternativa más factible y sencilla. Y después de esto ¿qué pasaría con mi vida? ¿Cómo quedaría mi relación con Dios? ¿Alguien recordaría lo que pasó al transcurrir veinte o treinta años?
Dicen que el tiempo sana las heridas. Es probable, pero demora mucho en sanar tus heridas y mientras esperas, están abiertas y “DUELEN”.
Descubrí que la mejor medicina para un alma adolorida cuando te han hecho daño o traicionado, es el perdón.
Cuando perdonas renuevas tus esperanzas, recuperas tu vida, tus sueños, porque tienes el tiempo para pensar en todo lo que siempre quisiste y nunca pudiste hacer.
Decidí buscar al maestro del perdón. Y le dediqué un tiempo reservado sólo para Él. Busqué mi Biblia, medio olvidada y me fui a un lugar solitario donde sólo estuviéramos Jesús y yo. Lejos del mundo, del ruido, del escándalo, y de los consejos que me decían: “No perdones”.
Jesús por otro lado me decía: “Perdona”.
Me senté sobre una roca alta, donde me llegaba una brisa agradable, miré el maravilloso paisaje que tenía frente a mi, recordé que todo esto Dios lo creó para nosotros y le dije:
―Háblame Señor, ¿qué quieres de mí? ¿Qué debo hacer?
Tomé mi Biblia, la abrí en Mateo 18 y leí este impactante encuentro de un Pedro inquieto, que duda, con Jesús, el Maestro que tiene todas las respuestas.
“Pedro se acercó entonces y le dijo: «Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?» Dícele Jesús: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.»”
Ahora estaba seguro. Tenia que tomar la decisión correcta.
El camino que Dios me pedía era un poco difícil, pero no imposible.
Era hora de perdonar, amar y recuperar mi vida interior.
Tuve experiencias maravillosas desde aquél momento en que me decidí por la voluntad de Dios. Busqué una libreta y empecé a anotar lo que estaba viviendo, mis preguntas, la respuesta de Dios, los momentos bellísimos que estaba pasando junto a Él.
Pasados unos días, cuando pude perdonar pensé que sería bueno escribir un libro para compartir mi experiencia del perdón. Al final comprendes que es algo muy personal, que debes vivir, la experiencia de Dios, el Camino del Perdón.
Te comparto el enlace de este libro, producto de aquella vivencia: “70 veces 7 EL CAMINO DEL PERDÓN”.
Puedes verlo de acuerdo al país donde vivas