Hace poco me volvieron a preguntar: “¿Quién eres?”
Sin vacilar respondí: “Un enamorado de la Eucaristía”.
Nací en Colón, una ciudad costera de Panamá. A veces siento nostalgia y anhelo regresar y recorrer los caminos de la infancia. Particularmente la capilla del colegio Paulino de san José. Quedaba en el primer alto. Yo solía ir durante los recreos para saludar a Jesús en el sagrario.
Me veo aún de niño, con pantalones cortos azules, una camisa blanca y corbata azul añil. Era el uniforme.
Estar en la capilla era como estar en el cielo. El sonido del timbre para regresar a las aulas de clase, me despertaba. Y bajaba corriendo las escaleras para llegar a tiempo.
Hace poco me escribió desde Canadá Roberto M., un antiguo compañero del colegio. Me pidió que fuera a Colón y tomara fotos del patio del colegio y de la capilla. Cuando vaya los compartiré también contigo.
Este año me gustaría contarte fragmentos de mi vida. Que me acompañes mientras visito mi pasado. Y paso a saludar a Jesús en los diferentes sagrarios.
Cuán solo ha de sentirse a veces. Me duele en alma profundamente y corro a visitarlo.
“Aquí estoy Jesús. Llegué”, le digo.
Y me parece que sonríe de pura alegría.
Conocer a Jesús ha sido lo más grande que me ha pasado en la vida. He experimentado su presencia amorosa y tierna en los momentos más difíciles. Y me he sentido seguro, abrazado, sereno.
“Buen Jesús, gracias por todo lo que has hecho por nosotros, y por amarnos tanto”.
Me veo sentado en el aula de clases. Un ventanal me permite ver hacia afuera. Soy muy distraído y suelo imaginar que salgo y vivo grandes aventuras. Estoy sin estar en clases.
Tal vez por esta imaginación me convertí en escritor. Necesitaba compartir nuevos mundos, ideas y descubrimientos.
La hermana Ávila nos dicta las clases. Es una religiosa Franciscana. Me sorprende porque siempre sonríe, y nos trata con una ternura tan grande que te sientes amado, feliz. Nos cuenta anécdotas de los santos con tanto entusiasmo, que te imaginas ser uno de ellos.
Fue en esos días cuando nació en mi la resolución: “ser santo”, a pesar de todo, contra toda posibilidad. Un santo anónimo que el mundo no conozca, y que alegre a Dios.
Qué lejos que estoy de ese anhelo infantil.
Lo guardo aún de grande en lo más hondo de mi alma.
Sé que con mis fuerzas jamás podré lograrlo, pero me consuela saber que:
«Para Dios, no hay nada imposible» (Lc 1, 37)
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Te invitamos a conocer la página de nuestro autor Claudio de Castrodonde podrás leer sobre su vida y aventuras en torno al sagrario.