He aprendido algo vital a través de los años:
«Si pierdo la gracia, lo pierdo todo».
Por eso la cuido tanto.
Cuando estoy en apuros elevo mi corazón a Dios y rezo esta hermosa oración de san Ignacio:
“Dame tu amor y gracia, que eso me basta”.
Sé que sin la gracia de Dios, no puedo caminar, ni vivir, ni hacer nada que valga la pena, que trascienda. Por eso cada vez que caigo, procuro levantarme lo más rápido que pueda. Acudo al sacramento de la reconciliación, me confieso y listo, vuelvo a empezar.
Con la gracia he visto milagros yexperimento la dulce presencia de Dios en mi vida. Me sé amado desde una eternidad. Comprendo que lo temporal tiene su valor, estamos en esta tierra para algo bueno. Y me doy cuenta también de otra gran verdad: «Somos ciudadanos del cielo».
Aquella hermosa canción de la infancia, cobra cada vez más importancia en mi vida: «Somos los peregrinos que vamos hacia el cielo…»
La vida es un regalo, un don preciado de Dios, es maravillosa y vale la pena vivir a plenitud. Cuando lo haces con Dios en medio, se convierte en una aventura extraordinaria.
“Dame tu amor y gracia, que eso me basta”.
Me preguntas si ha sido fácil esa decisión. La verdad me ha costado. Tengo 4 hijos y la vida de un papá, aunque esté llena de satisfacciones, no siempre es fácil. Tus prioridades cambian cuando te casas y llegan los hijos. Ya no vives para ti, ni te das esos pequeños lujos que solías. Ahora que vives para los hijos y tu esposa, procurando que no les falten los bienes materiales y espirituales, alegrías y esperanza, sonrisas cotidianas, una breve oración y palabras de buen ánimo al empezar cada día.
Vivir en la gracia me permite acercarme más íntimamente a Dios, me ayuda a conocerlo y amarlo más. Esto es algo que valoro muchísimo.
Suelo decirle: “Señor, que te ame siempre más”.
Lo he visto, la gracia transforma te ayuda a ser mejor persona, por eso suelo aconsejar a cuantos puedo que cuiden y protejan su estado de gracia como los antiguos reyes custodiaban sus castillos.
He buscado por años una forma de custodiar mejor mi estado de gracia. Descubrí que visitar a Jesús en el sagrario, cada día, me fortalece y me ayuda a tomar mejores decisiones, y saberlo presente en mi vida.
“Dame tu amor y gracia, que eso me basta”.
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