Hoy te visité Jesús Sacramentado. Terminó la misa y sentí ese fuerte llamado a Adorarte. Mi amado Jesús, prisionero del amor en el sagrario. Me duelen los sagrarios abandonados, por eso procuro dedicarte parte de mi vida buen Jesús.
A veces me preguntan si es bueno preocuparse por los sagrarios abandonados cuando estás abandonado en tantos pobres. Suelo recordar aquella anécdota de san Luis Rey de Francia que al terminar una Eucaristía se fue detrás de un pobre campesino y se arrodilló delante de él. Nuestro campesino confundido no comprendía lo que ocurría y humildemente y atemorizado preguntó al rey por ese extraño actuar.
“Es que usted lleva a mi Señor. Lo recibió en la santa comunión. Es un sagrario vivo”.
Cuando recuerdo esta historia suelo escribir en la muñeca de mi mano: “SAGRARIO VIVO” para nunca olvidar lo que realmente somos, templos de Dios.
También recuerdo a san Alberto Hurtado, ese buen sacerdote jesuita chileno que solía decir: “El pobre es Cristo”.
La respuesta es sencilla. No debemos descuidar a los pobres. La Sagrada Escritura nos asegura: “Feliz el que se acuerda del pobre y del débil, en el día malo lo salvará el Señor…” (Salmo 41) Y también debemos reconocer la presencia VIVA de Jesús en los sagrarios, visitandolo en un gesto de amor.
Te comparto este bello testimonio de un sacerdote amigo, el padre Sergio. “Jesús me decía: Te extrañé y te estuve esperando. Me regresé, me puse de rodillas ante Él y le dije: Aquí estoy Señor”.
Debemos ir a la fuente del amor, Jesús en el sagrario, para llenarnos de Dios y amar con un amor verdadero a nuestros semejantes, a los pobres y los ricos, a todos; porque todos somos hermanos. Y este amor, una gracia sobrenatural, la encontramos a los pies de Jesús Sacramentado en el sagrario.
Se hallaba Jesús en una ciudad de Samaria llamada Sicar, allí se encuentra, en un pozo, con una mujer samaritana a la que le dijo estas palabras que siempre resuenan dentro, muy hondo en mi alma: “Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: “Dame de beber”, tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva.” (Juan 4, 10)
“Señor, dame de esa agua vida y lléname con tu amor para poder amar a todos como tú quieres, enséñame a reconocer el don de Dios”.
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