A veces, cuando me inquieto por un problema me detengo a reflexionar. Me gusta mucho ir a una capilla donde está Jesús sacramentado, en un sagrario. Me quedó con él. Le cuento todo y luego vengo a la Biblioteca, para escribir y curiosamente, también rezar.
Aquí estoy, en este momento. Hay mucho silencio. Escuchas las páginas de los libros cuando las pasan, los teclados de las computadoras personales, y una que otra conversación en voz baja, como murmullos a los lejos, para no perturbar a los asistentes.
Disfruto mucho estar aquí, luego de visitar a Jesús. Me permite pensar con claridad. Rezo por los que se encuentran a mi alrededor. ¿Alguna vez lo has intentado? Pienso en sus necesidades y las ofrezco a Dios. Le pido que los ayude.
Es algo que me encanta hacer, “rezar por los demás” en los tranques vehiculares, en la fila del banco, en un centro comercial y hace poco en el aeropuerto. Son oraciones cortas, que no me quitan más de un minuto. Nunca sabrás si ayudaste a alguna persona con esa breve oración.
Hoy rezo en la Biblioteca, uno de mis lugares preferidos. Normalmente no hay muchas personas. Esta vez ha sido diferente. Después de una oración pidiéndole a Dios que los bendiga y les cumpla sus sueños, me dedico a escribir estas palabras que estás leyendo.
Un profesor le explica matemáticas a un alumno, en una banca a mi lado. Frente a mí tres estudiantes discuten una teoría filosófica. Del otro lado una señora en silencio lee un libro. Alguien mira unos pergaminos antiguos en una vitrina.
He leído muchas definiciones sobre la oración. Para mí, la más certera es ésta: “la oración es permanecer en la presencia viva de Dios”.Por eso, al rezar, llevo a Dios conmigo a estos ambientes.
Dios se hace presente de formas que ni siquiera podrías imaginar.
Me gusta decir que “Dios es muy creativo” para sorprendernos.
Me impresiona pensar que una oración tan pobre como la mía, tiene ese efecto en Dios.
Es un padre bondadoso, siempre pendiente de sus hijos. Cuando eres padre comprendes un poco esta cualidad de Dios. Nosotros lo vivimos en términos humanos, Él en términos de la Divinidad.
Basta que digas las primeras palabras del Padre Nuestro: “Padre”.
Y Él te responderá: “Aquí estoy”.
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