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Que el mundo lo sepa: “Te AMO JESÚS”

El misterio de la misa

© Traductor Católico

Claudio de Castro - publicado el 21/03/16

“Qué indigno me siento Señor, al estar cerca de ti y recibirte en la santa comunión”.

Hoy en misa, mientras estaba en la fila para comulgar, empezaron a cantar esta hermosa canción:

“Eres Tú Jesús.  Eres Tú en un trozo de pan y en un poco de vino…”

Me hizo recordar uno de mis mejores años. Una tarde al salir de misa el sacerdote se me acercó y me pidió que fuera Ministro Extraordinario de la Comunión.  Me sacudió el alma.

“No soy digno”, le respondí.

“Si fuera por la dignidad, todos nos vamos para nuestras casas”, me dijo.

Sonrió para tranquilizarme y me aseguró con un tono paternal.
“Nadie es digno Claudio”.

Acepté y empezó mi gran aventura con Jesús. Apenas me lo creía.  Éramos Jesús y yo, los grandes amigos.

Un día recibí una gracia particular. Estando cerca del altar lo supe, con una certeza absoluta.
“Aquí estoy Claudio. ¿Me amas?”

Mientras el sacerdote celebraba la Misa sentí Su cercanía. Experimenté su amor a manos llenas. Era como un río caudaloso que se desborda  y rompe el dique que lo contiene. Jesús se complacía en darme su amor. Y yo no sabía cómo responder ni qué hacer.

Tenía un gozo tan grande. Me daba a conocer la antesala del cielo. Y yo apenas podía sostenerme en mis pies.

“¿Te escondes en un pedacito de pan? ¿Por qué lo haces?”
“Por amor Claudio”.

Más que un misa fue un momento de unión íntima y espiritual con Jesús.  Se me concedía un milagro de Amor, de ternura y esperanza.

Al momento de la comunión el sacerdote solemnemente me entregó un copón con hostias consagradas y me paré su lado.

“El cuerpo de Cristo”…

“Dios mío, ¿qué estoy diciendo? Eres tú Jesús… ¡Eres tú!”

Tuve que respirar hondo y cada vez que tomaba a Jesús entre  los dedos de mis manos un escalofrío me recorría el cuerpo.

“Tú eres Rey”, le susurraba. “Y estás aquí, en un pedacito de pan”.

La fila avanzaba y no pude dejar de hacer algo por Él que tanto me había dado.

Quería que supiera cuánto lo amaba.

Cada vez que levantaba la hostia santa y decía: “El cuerpo de Cristo” lo miraba sorprendido, sosteniéndolo entre mis manos…

En mi corazón repetía una y mil veces:

“TE AMO JESÚS. TE AMO JESÚS”.

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