En las Florecillas de san Francisco puedes leer sobre la inquietud que le carcomía el alma a nuestro santo. Le preguntaba a Dios, lo que a muchos nos inquieta. Se cuenta que…
El hermano León no se volvió atrás, como San Francisco se lo tenía ordenado, sino que, con buena y santa intención, pasó y entró suavemente en su celda; no encontrándolo, pensó que estaría en oración en algún lugar del bosque. Salió fuera, y fue buscando sigilosamente por el bosque a la luz de la luna. Por fin oyó la voz de San Francisco, y, acercándose, lo halló arrodillado, con el rostro y las manos levantadas hacia el cielo, mientras decía lleno de fervor de espíritu:
“¿Quién eres tú, dulcísimo Dios mío? Y ¿quién soy yo, gusano vilísimo e inútil siervo tuyo?”
Y repetía esta oración, una y otra vez….
Desde niño admiro mucho a san Francisco y he crecido procurando seguir sus pasos, pero la verdad no he llegado lejos. Suelo hacer esta oración breve que aprendí de él y que te mueve a la humildad y a reconocerte como realmente eres.
“Quién soy yo Señor y quién eres Tú?”
Hace poco una lectora escribió este “sabio” comentario en uno de mis escritos:
“¿Quién es Claudio? Escucho ese nombre en diferentes comentarios de sitios católicos”.
Le respondí agradecido: “La verdad, yo también suelo hacerme esa pregunta. ¿Quién soy yo?”.
No tiene idea el bien que me hizo. Sus palabras extraordinarias para mí, me movieron a viajar al interior de mi país, a zona montañosa, para poder reflexionar y en el silencio escuchar a Dios. Me alejé esos días de las redes sociales, del ruido del mundo que nos impide escuchar al Padre.
Aproveché para descansar. Visitar cafeterías de montaña con un delicioso café recién tostado, e hice esta grabación para que me acompañaras en medio de esos bellos parajes.
Me senté en una gran roca, abrazado por viento frío y pensaba: “¿Quién soy ante ti Señor, Dios Todopoderoso y eterno?”
Guardaba silencio, esperando mi respuesta. Y no demoró en llegar. Fue muy sencillo reconocerla en medio de aquella hermosa naturaleza, creación de Dios.
Dios nos habla de tantas formas y no siempre sabemos escucharlo.
La conclusión me golpeaba fuerte. Y me llenaba de alegría y paz.
“No soy nada ante la grandeza de Dios, pero lo soy TODO para Él, porque me ama y en mi Padre”.
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