¡Qué sabroso empezar mi día con la santa Misa!
Lo disfruto mucho. Siento que se abre el cielo y te dejan ver fragmentos de lo que te espera en el Paraíso. El cielo en la tierra.
Al finalizar la eucaristía, cuando todos se levantaron, me quedé un rato, sentado. Cerré los ojos y le dije: “Gracias Jesús”.
Decidí ir a Misa y visitar a Jesús para decirle: “Gracias”.
Hoy no quise pedirle nada, ni contarle mis problemas y mucho menos quejarme.
Tengo muchos motivos para molestarme por las dificultades que a diario enfrento. Pero me daba dolor verlo, estar con Él sólo para quejarme.
Recordé los 10 leprosos que Jesús curó.
“Un día, siguiendo su viaje a Jerusalén, Jesús pasaba por Samaria y Galilea. Cuando estaba por entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez hombres enfermos de lepra. Como se habían quedado a cierta distancia,gritaron:
— ¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!
Al verlos, les dijo:
—Vayan a presentarse a los sacerdotes.
Resultó que, mientras iban de camino, quedaron limpios.
Uno de ellos, al verse ya sano, regresó alabando a Dios a grandes voces. Cayó rostro en tierra a los pies de Jesús y le dio las gracias, no obstante que era samaritano.
¿Acaso no quedaron limpios los diez? —preguntó Jesús—. ¿Dónde están los otros nueve? ¿No hubo ninguno que regresara a dar gloria a Dios, excepto este extranjero? Levántate y vete —le dijo al hombre—; tu fe te ha sanado” (Lucas 17, 11-19).
Siempre he querido ser como aquél hombre… “AGRADECIDO”.
Un simple: “Gracias Jesús”, lo transforma todo. Le arranca una sonrisa a Jesús.Y me encanta esto.
Lo conozco bien. Puedo decirte muchas cosas de Jesús. Cuando era un niño y lo visitaba en la capilla frente a mi casa, lo imaginaba como otro niño que se alegra cuando lo visitan.
Tenía su corazón tan puro que cualquier indiferencia tuya le afectaba. Y yo sólo quería que estuviera feliz.
Crecí y me alejé un tiempo. El mundo te absorbe, te cambia. Es como si te dijera que puedes vivir de las cosas materiales, pasajeras. Y llega el día en que te das cuenta de tu error y es muy tarde.
No puedes vivir sin Dios.
Lo descubrí a los años. Y decidí vivir para Jesús, sin importar lo que otros dijeran o pensaran. Desde entonces he sido feliz, no me cambio por nadie. Él le dio un nuevo sentido a mi vida. Por eso quiero ser agradecido y cada vez que siento esos pensamientos de queja, esos deseos de pedir lo que no debo, los cambio por un simple: “GRACIAS JESÚS”.
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