¿Debemos volver a los orígenes? ¿Nos urgen la pureza de la fe y caminar al lado de Jesús como los primeros discípulos? Hace poco, viendo lo que ocurre en nuestra Iglesia (en Panamá se han dado algunos casos muy tristes que nos tienen a todos conmocionados) pensé que tal vez la ausencia de la “experiencia plena de Dios” era lo que nos llevaba a esos pecados.
El demonio lo tiene muy fácil porque andamos con el alma débil, propensos a pecar. ¿A qué se debe esto? Porque oramos poco, abrumados por la vida. Y ya no escuchamos la voz de Dios en nuestro interior.
Necesitamos volver a tener el conocimiento de Dios.
Quien conoce a Dios íntimamente, y vive en su presencia amorosa, jamás querrá ofenderle. Hará lo imposible por evitar los pecados y querrá siempre tenerlo contento. Vive lleno de Dios y ama. El que ama sólo puede dar amor.
Nos falta esa experiencia fuerte, comprometedora, de la dulce presencia de Dios en nuestras vidas. No es lo mismo saber de Dios, que experimentar a Dios VIVO en nuestras vidas y luego vivir con Dios como centro de nuestras vidas. Esto hace la gran diferencia.
Necesitamos volver al origen de todo con la unción del Espíritu Santo que se derramó sobre los apóstoles, así vencieron sus miedos y fueron capaces de predicar, obteniendo miles de conversiones. Necesitamos esa unción, su presencia VIVA en nuestras vidas. Y hay que pedirla con insistencia.
Una vez leí: “A veces olvidamos Jesús, por las cosas de Jesús”. Vivimos tan complicados por tantas cosas en la Iglesia, que olvidamos lo fundamental, lo olvidamos a Él y descuidamos la oración. Y sin la oración estamos perdidos.
Me parece querido lector que con pequeñas buenas obras, viviendo en la dulce presencia de Dios, confiando en su voluntad que es perfecta, lograremos transformar este mundo y hacer de él un mejor lugar para todos.
Nunca olvides que sin ese hablar precioso con Dios, estamos perdidos.
Un sacerdote amigo me enseñó una hermosa oración, como una jaculatoria, muy corta, que él utiliza cuando necesita pedir algún favor a nuestro Señor. Suele rezarla al terminar sus Eucaristías. Me gustaría compartirla contigo.
“Tú Cristo mío, Rey de la Gloria… ¡Escúchame!”
¿Te animas a rezar por nuestra Iglesia, los religiosos y sacerdotes?
¡Ánimo!
¡Dios te bendiga!
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