¿Cómo cambiar las cosas? Es muy sencillo. Sigue adelante en la misión que Dios te ha confiado. Tu amor sincero a los demás, la perseverancia en la fe, tu vida en estado de gracia harán la diferencia. Ocurrió antes. Y volverá a pasar.
Cuando algo parece desafortunado en mi Iglesia, nunca critico. Soy un pobre hijo de la iglesia, un pecador, ¿cómo podría atreverme? ¿Y si estoy equivocado? ¿Si me mueve el orgullo?
La Iglesia es Madre, nos acoge a todos con amor y como hijo, debo amarla.
Yo mismo le hago daño cada vez que peco, cuando dejo solo a un sacerdote al verlo necesitado de apoyo en su parroquia o que murmuro en su contra, cuando pienso mal, o me alejo de ella.
Si veo algo que no comprendo… Hago silencio. Reflexiono y rezo. Le pido a Jesús en el sagrario que la bendiga y proteja. Que me ayude a comprender. Es su iglesia y no la va a desamparar. Acudo también a nuestra Madre celestial, la siempre Virgen María, recordando su promesa: “Al final mi Inmaculado Corazón triunfará”.
Trato de hacer que cambien las cosas cambiando yo primero, anhelando la santidad, procurando amar a Jesús como nadie lo ha amado. Soy un pecador, lo sé, pero debo intentarlo.
A menudo lo he pensado y siempre llego a la misma conclusión: “El ejemplo es la respuesta a muchas de mis inquietudes”.
Leo la vida de los santos y su ejemplo me anima a continuar, confiado, sabiendo que se puede.
Recuerdo haber leído sobre la vida en los tiempos de san Francisco de Asís y cómo se desmoronaba la Iglesia. Tantas incongruencias en esos días. Sin embargo, Francisco nunca la criticó para cambiarla. ¿Qué hizo? Algo maravilloso. Visitó al Vicario de Cristo, Inocencio III, no para pedir que renovara la Iglesia, sino para buscar su aprobación a la forma de vida que había elegido y la regla que escribió, algo muy sencillo, que tenía como “fundamento inquebrantable la observancia del santo Evangelio”.
Francisco quiso vivir el Evangelio. Y lo hizo. Esto, bastó para transformar la Iglesia, renovarla y lograr que tantos corazones se volvieran a Dios.
Por tanto, si quieres transformar la Iglesia, tienes un medio muy eficaz a tu alcance: “Vive el Evangelio. Sé santo(a)”.
Basta una llamita para encender un bosque.
Basta un santo para sacudir la conciencia de la humanidad.
Estos son tiempos de heroicidad y santidad.
Hoy Jesús te llama. ¿Qué le responderás?