A veces tenemos esos momentos de oscuridad en los que la mente se nos nubla, todo parece estar en contra y las cosas no solo salen mal, sino que empeoran. ¿Te ha pasado? Es terrible sentirse así, porque es una indefensión absoluta y por más que te esfuerzas, no logras salir adelante. No sabes qué hacer.
Apenas ayer me telefoneó una lectora, una señora que lee mis libros. Es una señora mayor, está enferma y vive en casa de unos familiares. Tiene dificultades para todo y se pone muy triste, con justa razón. La soledad es dolorosa y más cuando te humillan como persona. La vida no siempre es lo que debiera.
Tengo su número grabado en mi teléfono móvil y cuando llama respondo siempre animado. La escucho hablar un buen rato y apenas respondo. Es poco lo que puedo decirle. Sólo escucho. Y aprendo de ella. Es impresionante, la escuela del dolor.
“¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de los misericordias y Dios de toda consolación, que nos consuela en toda tribulación nuestra para poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios!” (II Corintios 1, 3-4)
―Sufro mucho señor de Castro ―me dice angustiada ― y no logro salir de mi tristeza más que con la Eucaristía diaria. Voy a misa cada mañana. Es mi ilusión despertarme y alistarme para ir a mi encuentro diario con Jesús. No se imagina cuánto lo amo. Y no por mi amor, sino por el suyo. Estoy segura que todo lo bueno que hay en mi vida, se lo debo a Él.
―Es el gran consuelo de los afligidos ―le respondí ―, junto a su madre.
―A menudo me humillan por mi condición. Y me dicen todo tipo de groserías. Por supuesto, me entristezco, es natural que me duela lo que me hacen. Pero luego reacciono y veo ese dolor como un tesoro que Dios ha puesto en mis manos. Y lo ofrezco. Sí, lo acepto y lo ofrezco. Acepto en todo, su santa voluntad. Sé que es lo mejor para mí, aunque no lo comprenda.
―Tal vez se sufre para poder ayudar a otros que sufren. Si no conociéramos este sentimiento, ¿cómo ayudar a otros que pasan lo mismo o peor?
―Podemos sacar provecho del sufrimiento ―me dijo aquella anciana―. El dolor que llevo en el alma me permite comprender y consolar a otras personas que sufren más y les muestro el camino hermoso de aceptar y ofrecer.
Terminamos la llamada y me he quedado con esa idea: “Aceptar y ofrecer”. Quise compartirla contigo.
¡Dios te bendiga!
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