Me parece que una vez te lo comenté. Cada cierto tiempo el buen Dios me toma de la mano y me coloca en medio de una encrucijada. Es como un cruce de caminos. Estoy parado en el centro, donde todos se encuentran.
“¿Cuál camino debo seguir?” te preguntas inquieto. “¿Cómo reconocerlo?
Es como si Dios esperara de ti que tomes la decisión. Te da a elegir, pero eres tú quien señala el camino, da el primer paso y lo sigue.
Para mí son momentos de aflicción. Soy débil. Las tentaciones abundan. Me siento a reflexionar, afuera de mi casa, como suelo hacer cada mañana. Pero no encuentro una respuesta.
Al darme cuenta de mi pobre santidad clamo a Dios, nuestro Padre.
“Señor, dame sabiduría para elegir el camino correcto.
Humildad para seguirlo y corregir si me equivoco.
Amor para amar a todos los que encuentre en este camino que voy a emprender”.
Con los años he aprendido que no podré comprender a Dios y menos su voluntad. Sé que la voluntad de Dios es perfecta, que es para mi bien y que a mi edad no comprendo muy poco.
También sé que debo confiar. Es mi Padre, nuestro padre celestial y siempre desea lo mejor para nosotros. Sus caminos no se parecen en nada a los nuestros o los que nos gustaría transitar. Él tiene motivos que tal vez cuando vayamos al Paraíso comprenderemos.
A menudo se me acerca una persona para preguntarme por qué Dios permite esto o aquello. Veo que son malas obras de la humanidad. Existe el libre albedrío. Nosotros elegimos.
Como poco comprendo estas cosas hago lo único que puedo, confiar y rezar.
Tengo cientos de problemas, como la mayoría de las personas. Vivo agradecido a Dios, por todo, incluyendo las dificultades, que me permiten probar mi fe.
¿Creo realmente?
Escribo tanto del perdón. ¿Soy capaz de perdonar al que me hace daño?
Y aquí estoy, parado en una nueva encrucijada. ¿Qué aventuras me esperan? ¿Qué encontraré al costado del camino?
Es hora de elegir el camino. Doy el primer paso, con la oración del Padre Pío en mis labios:
Quédate, Señor, conmigo, porque es necesaria tu presencia para no olvidarte.
Sabes cuán fácilmente te abandono.
Quédate, Señor, conmigo, pues soy débil y necesito tu fuerza para no caer muchas veces.
Quédate, Señor, conmigo, porque eres mi luz y sin ti estoy en tinieblas.
Quédate, Señor, conmigo, porque eres mi vida y sin ti pierdo el fervor.
Quédate, Señor, conmigo, para darme a conocer tu voluntad.
Quédate, Señor, conmigo, para que oiga tu voz y te siga.
………….
¿Conoces los hermosos libros de nuestro autor Claudio de Castro? Te recomendamos leerlos. Renuevan nuestra esperanza y nos acercan a Dios.
Haz “CLIC” AQUÍpara que puedas verlos.