De mi abuela adquirí la devoción a la santísima Virgen María. «Mamita» como la llamábamos vivía en la bella Costa Rica. Ibamos de niños ilusionados a pasar los veranos con mi mamá. Grandes aventuras nos esperaban en el san José de aquellos días.
Recuerdo que los domingos, luego de la misa en la Iglesia la Dolorosa, nos marchábamos de paseo. Eramos una familia numerosa y lo disfrutábamos muchísimo, entre primos, tíos, tías…
Fueron domingos memorables, hermosos, compartiendo en familia.
Tuvimos la oportunidad de estar en Costa Rica cuando el Volcán Irazú hizo erupción en el año 1963. Tenía 6 años, pero lo recuerdo con una claridad inusitada. Aquél día desperté y vi los tejados cubiertos con un polvo gris, muy fino y tibio. Me contaron de la erupción. Salíamos poco, pero debíamos llevar pañuelos cubriéndonos la nariz y la boca porque las cenizas contenían azufre y quemaban.
De esos días guardo con más claridad en mi mente a mi abuela rezando el rosario en su cuarto, recostada sobre el respaldar de su cama, todas las tardes.
La vida es curiosa, 53 años han transcurrido y puedo verla en mis recuerdos, desgranando las cuentas del rosario, con gran devoción.
Mi vida siempre ha girado en torno al sagrario, donde está Jesús, y de la mano de nuestra bella madre del cielo.
Rezo con frecuencia la oración que nos enseñó mi mamá, compuesta por la beata sor María Romero:
“Pon tu mano, Madre mía, ponla antes que la mía. María Auxiliadora, triunfe tu poder y misericordia. Líbrame del demonio y de todo mal y escóndeme bajo tu manto. Amén”.
Siempre me he considerado hijo (a veces ingrato) de La Virgen María. Cuando alguien me pregunta qué significa ella en mi vida, sin pensarlo dos veces respondo: “Es mi Madre celestial”.
A ella acudo en medio de mis dificultades.
Cada vez que tengo un problema muy serio me conforto recordando estas bellas palabras de la Virgen de Guadalupe:
“No se turbe tu corazón, no temas esa ni ninguna otra enfermedad o angustia. ¿Acaso no estoy aquí yo, que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy tu salud? ¿No estás por ventura en mi regazo?… ”
Una vez fui a la Iglesia de Guadalupe en Panamá, para ofrecerle a la Virgen una nueva colección de libros que estaba por publicar. «Esta colección es tuya», le dije a la Virgen.
Al llegar a la casa le escribí a un sacerdote amigo, que vive en los Estados Unidos, y le conté sobre los nuevos libros, sin darle mayores detalles, pidiéndole que rezara por mí.
Me respondió en seguida: “Claudio, no lo vas a creer, pero en estos momentos estoy entrando en la Basílica de Guadalupe. Saludaré a nuestra Madre de tu parte. Al final, esta colección será de ella”.
Me quedé de una pieza. ¡Fue asombroso!
Qué bendición más grande recibieron nuestros hermanos los mexicanos, al tener a Nuestra Señora de Guadalupe.
Qué bella es María, nuestra madre del cielo.
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