La Cuaresma está llegando a su fin.
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Los de mi generación crecimos escuchando la canción de Piero “Mi querido viejo”, dedicada a su padre anciano. La escuchábamos sin pensar que nos tocaría ver cómo envejecían nuestros padres. Algunos de mis hijos se han marchado de casa para vivir sus vidas, como debe ser. Son prestados, pienso siempre. La vida te los presta, por un tiempo.
Hoy soy ese padre que envejece lento, con los años.
Encontré una bella reflexión que me gustaría compartir
Mi papá murió en mis brazos, lo abrazaba en ese momento. Le hablaba al oído, cercano sabiendo que lo perdía, que nunca más podría darle otro abrazo. Aproveché cada segundo como si fuese eterno. Como un obsequio que se me daba.
Cuando se fue una enfermera entró en la habitación, me miró a los ojos y dijo: “Su padre ya se marchó”.
Sequé una lágrima que corría por mis mejillas. Lo miré largo rato para grabarlo en mi mente.
Me acerqué despacio y estampé un largo beso en su frente. Sabía que sería el último. Un dolor me atravesaba el alma y un gozo me llenaba por dentro al tener la certeza del cielo y saber que en ese momento partía al encuentro de Dios quien lo acogería en su seno paternal.
Salí de aquella habitación sereno. Mi padre había partido. Estaba en el cielo. Lo había logrado.
Han pasado tantos años desde aquella dolorosa mañana y para mí cada día del padre es un eterno presente. Estoy todavía con mi padre que se muere, abrazándolo, teniéndolo conmigo. Rogándole a la vida que me lo deje un poco más.
Lo vi marcharse y pude estar con él. Le hablé del cielo prometido, de una maravillosa eternidad.
Si tienes vivo a tu padre dale un fuerte abrazo y dile que le quieres. No importan las circunstancias de la vida, ni lo que haya pasado entre ustedes. Dile que le quieres ahora que puedes. Pídele perdón por cualquier ofensa. Llegará el día en que te dolerá no haberlo hecho.
Hoy celebramos el día del padre en Panamá. Y deseo enviar un abrazo fraternal a todos los que son papás.
Desde aquí hasta el cielo: «¡Te quiero papá!»