En Panamá hace algunos años vivimos una situación similar. Muy triste y dolorosa.Hoy nos duele Venezuela. Un pueblo digno que lucha por su libertad. Y un mundo alrededor que mira a veces impávido.
Las noticias hablan de 13 muertos en una noche. ¡Qué horror! ¡Cómo no indignarse!
Como católicos, no podemos ser «INDIFERENTES» a su dolor.
En mi país salíamos a las calles igual que el pueblo de Venezuela. Rezabamos. Y pedíamos la protección de Dios.
Existe una foto espectacular de aquellos días. Una manifestación enorme frente a la Iglesia Nuestra señor del Carmen. Alguien soltó globos blancos con una gran cinta atada, que decía: “JUSTICIA”.El globo remontó hacia el cielo y fue a dar directo a las manos de una gran estatua de la Virgen del Carmen que corona la Iglesia. La foto dio la vuelta al mundo y nos dejó impactados.
El mundo siente el dolor de Venezuela. La hora de la indiferencia o los intereses personales pasó.
¿Qué podemos hacer tú yo por esos hermanos que sufren? Ser UNO con ellos. Rezar. Acompañarlos con nuestras oraciones. Que sepan que no están solos. Que su dolor es nuestro también.
«Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados.» (Mateo, 5 – 6)
Es la hora de la compasión y la solidaridad.
Los panameños sabemos lo que se siente, porque vivimos algo similar. Vivíamos con miedo y lo superamos, enfrentamos nuestros temores, exigiendo una vida digna y justa.
Nos duele Venezuela.
Mi país está lleno de venezolanos, muchos han emigrado con dolor en el alma buscando salvaguardar la integridad de sus familias.
Hace poco conocí uno. Tenía mi mesita de libros en una parroquia un domingo. Este hombre se acercó a ver los libros, Al reconocer su nacionalidad por el acento con que hablaba y verlo con esa mirada de preocupación, le obsequié uno: “NUNCA TE RINDAS”.
Al instante este hombre se echó a llorar.
“He venido solo desde Venezuela. Tuve que salir para salvar mi vida. No tengo trabajo. No conozco a nadie en Panamá. No sé qué hacer. Es una situación desesperada. Y sufro por mi país”.
La verdad, me sentí muy mal por este pobre hombre. Lo escuché un buen rato, lo ayudé como pude y traté de consolarlo. Luego, hice lo que siempre hago: Lo envié con Jesús en el sagrario, sabiendo que Él tiene siempre la respuesta adecuada. Le sugerí una buena confesión sacramental, porque con la gracia eres capaz de enfrentar las dificultades y salir adelante, más fácilmente. Lo invité a confiar en la Divina Providencia que nunca nos abandona. Y a no dejar de orar y perseverar.
Tú que lees este escrito, ve al sagrario, habla con Jesús, pídele por ese hermoso país, que no merece lo que se vive en estos momentos tan dolorosos y tristes.