Hoy la palabra “Fátima” resuena en todo mi ser. He estado leyendo libros sobre Fátima, vi la película sobre las apariciones de la Virgen a los pastorcillos. Parece que de ese tiempo al nuestro, poco hemos cambiado.
He quedado impresionado por el rumbo que lleva el mundo, que ha olvidado las profecías de Fátima y el llamado de la Virgen a la conversión, el arrepentimiento, la oración y la Penitencia.
Y es que somos frágiles, de barro y caemos con facilidad ante las tentaciones del demonio, porque oramos poco. Yo, cada vez que caigo en un pecado, siento la presencia de Jesús a mi lado, me extiende la mano y me levanta del fango en que me encuentro.
Pareciera que me dice:
⸺¿Otra vez, Claudio?
Lo miro avergonzado.
⸺Otra vez Jesús.
⸺No es tan difícil portarse bien. Cada vez me cuestas más.
⸺Lo se. Y te pido perdón.
Luego me levanto y voy al confesionario para confesarme con un sacerdote y recibir el perdón de mis pecados. Creo que te he comentado en alguna ocasión lo que experimento. Sé con claridad que si pierdo la gracia lo pierdo todo.
Estas son las palabras pronunciadas en Fátima que más resuenan en mi interior. Son para ti, para mí, para todos:
“No ofendan más a Dios nuestro Señor, que ya está muy ofendido”.
Eso fue en 1917. No había Internet, las personas en los pueblos vivían con naturalidad. Pero el mundo estaba envuelto en la Primera Guerra Mundial (1914-1918) en la que millones de personas murieron.
Imagina cómo será el día de hoy con el pecado al alcance de la mano y el demonio que ha incrementado sus actividades para hacernos perder nuestras almas.
“No ofendan más a Dios nuestro Señor, que ya está muy ofendido”.
Es algo que debemos tomarnos muy en serio. Hablamos de Dios, nuestro Padre del cielo, ofendido por el comportamiento de sus hijos.
Hay dos profecías que siempre me han impactado.
“Si se escuchan mis peticiones, Rusia se convertirá y tendrán paz; si no, esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones a la Iglesia”.
Y hay otra maravillosa, que me llena de consuelo y esperanza. Es también una promesa del triunfo final.
“¡MI INMACULADO CORAZÓN TRIUNFARÁ!”
Me lleva a exclamar con esta bella jaculatoria:
“Dulce Corazón de María, sed la salvación del alma mía”.