Lo que más valoro de Jesús es Su AMISTAD, experimentar su presencia amorosa en los momentos difíciles de mi vida.
Me imagino a veces como aquellos hombres toscos que lo seguían sin comprender bien lo que ocurría. Sabían que Él era diferente a todos cuantos habían conocido y seguramente de Él emanaba una fuerza, una espiritualidad única, y escuchaban unas palabras sorprendentes, que los motivaban a ir con Él donde los llevara.
Me paro al lado de Jesús.Él se voltea, me mira y sonríe. Luego sigue hablando con las personas que lo rodean. Nadie puede verme sólo Él. Sabe que estoy allí y se alegra.
Así imagino esos encuentros que tenemos cuando leo las Escrituras.
Esto me ayuda a comprender lo que está ocurriendo a Su alrededor.
Si alguna vez Jesús me dijera: “Claudio, has escrito de mí y deseo darte algo. Pídeme lo que quieras”. Sin dudarlo le respondería:
“Te quiero a ti. Porque teniéndote lo tengo todo”.
Lo mejor del caso es que esta conversación no debo imaginarla, es real. Lo tengo allí disponible para mí en todos los sagrarios del mundo. Y puedo recibirlo cada día en la santa comunión.
¡Esto es una maravilla!
Vivir en su presencia amorosa es lo mejor que me ha ocurrido en años. Me ayuda a ser una mejor persona, evito caer en pecado para no ofenderle y cuando me equivoco tengo la voluntad de corregir lo antes posible.
Cuando alguien me hace daño pienso: “No voy a odiar, debo amar…” El camino más sencillo sería devolver el golpe, mal por mal. El más difícil, perdonar.
Elijo el segundo. No por mis fuerzas, porque no las tengo, ni por un acto de misericordia, porque tampoco me anima la vida a hacerlo. Lo hago por Él.
Sé que al buen Jesús le agrada mucho cuando te animas y perdonas. En ese momento Él te mira complacido y te bendice, te da gracias especiales, para fortalecerte y que puedas volver a perdonar cuantas veces sea necesario, hasta 70 veces 7.
Con mis fuerzas perdono la primera vez, pero no olvido.Con Jesús, perdono siempre y olvido con facilidad. Por eso es que me encanta visitarlo en los sagrarios. Porque sé que Él está allí dispuesto a ayudarme.
La gracia que suelo pedirle cuando voy a un oratorio y estoy en Su presencia es una sola:
“Dame tu amor”, le digo, “porque el mío es muy pobre”.
Y salgo feliz, fortalecido, dispuesto a amar.
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