Cada vez que visito a mi mamá y le pido: “Háblame de sor María Romero”, los ojos se le iluminan, se dirige al armario y saca de él una cajita de cartón donde guarda recuerdos de su amistad con esta santa.
Lo primero que me muestra es un pedacito de tela negra: “Era parte de su hábito. Un día la visité para pedir sus consejos. Tomó su hábito, cortó este pedacito de tela y me lo dio, junto a otras pertenencias suyas”.
Mi mamá, María Felicia Soto De de Castro, fue una de sus primeras misioneritas. Cuando sor María iniciaba su apostolado en Costa Rica, la invitó a unirse al grupo de “Misioneritas” que estaba formando para evangelizar a los niños en los barrios pobres de Costa Rica.
Sor María tuvo mucho que ver con la conversión de mi papá. Creo que te lo he contado. Mi papá era hebreo. Un día acompaño a mi mamá donde sor María en la Casa de maría Auxiliadora en las sabanas, san José. Ese día harían una procesión con el Santísimo sacramento.
Usaban un palio en forma de paraguas para resguardar a Jesús Sacramentado.
Aquél día, mi papá se perdió de la vista de mi mamá. Ella se acercó a sor María, quien esperaba el paso de su Rey y de pronto sale la procesión.
Quien llevaba el palio era mi papá, en ese momento hebreo.
― ¡Sor María! ―exclamó mi mamá impactada― ¿Usted ve lo que yo veo?
Seguía la procesión y un hebreo custodiaba con el palio al Santísimo.
―Oh sí Felicia ―respondió sor María. Y de pronto hizo esta profecía que se cumplió al pie de la letra:
―Y también le veremos comulgar.
La semana pasada estuve en la bella Costa Rica. El primer día fui con mi esposa Vida a la Casa de María Auxiliadora. Quería tomar un vídeo, compartirles esta maravillosa historia. Llegamos durante la misa. Fue estupendo.
Experimenté en aquella Eucaristía la presencia viva de Jesús. Y al comulgar, lo supe conmigo. Me quedé quieto, en oración un buen rato. Al terminar la misa le pregunté a una religiosa:
― ¿Hay aquí alguna monja que conoció a sor María Romero?
Nos señaló una dulce monjita que caminaba hacia nosotros. Nos acercamos y le contamos.
―Espérenme un momentico ―nos dijo y sonrió amablemente.
Al rato regresó. Traía las llaves del Museo de Sor María.
―Lo abriré para ustedes. Filme lo que desee.
¡No lo podía creer! ¡Qué experiencia!
Mientras mi esposa Vida lo recorría con la monja, yo me dediqué a filmar este vídeo para ti. Espero que encuentres en él motivos para ser santo(a). Sor María nos demostró que la santidad es para todos. Que Jesús y su madre, MARÍA AUXILIADORA, NUNCA NOS ABANDONAN.
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