Hoy 20 de diciembre, recuerdo la llamada de mi cuñada Alma a Vida, mi esposa, aquella noche aciaga, que nos cambiaría para siempre.
Había sido un día normal, a pesar de los rumores de una invasión militar. Llega un momento en que te acostumbras y no les prestas atención a esos rumores que abundan y crecen como un globo que se infla. Y te dices seguro de ti: «Esto nunca va a pasar, no perdamos más tiempo pensando en ello”.Este globo de rumores, al final explotó.
Por la tarde fuimos a la inauguración de un supermercado. Todos los productos estaban en oferta y nuestra nevera se encontraba prácticamente vacía.
«Hágamos super», le dije a Vida. “No tenemos comida en la casa”.
Pero estábamos cansados.
«Mejor mañana», me respondió.
Y decidimos que sería lo mejor. Fue una mala decisión, o tal vez la mejor.
Desde aqué momento Dios se hizo presente y nos protegió de muchas formas.
Aquella noche la recuerdo como si fuese ayer. Estábamos a punto de dormir cuando empezó a timbrar con insistencia el teléfono.
«Empezó», dijo Alma, mi cuñada, del otro lado del auricular.
Vida, mi esposa, que estaba medio dormida no entendió esas palabras duras.
“¿Qué empezó?”
“La invasión”.
Segundos después escúchanos el primer bombazo y se nos estremeció el alma y nos llenamos de miedo. Había iniciado la invasión de los Estados Unidos a Panamá.
Recuerdo que pensé: “Los libros de historia que nos hacen leer en el colegio contienen siempre la versión de los que ganan, a veces no la real. Este es un evento histórico en nuestro país. Voy a llevar un registro de lo que vea a mi alrededor, para escribir una historia más humana y verdadera.”
A partir de ese momento tomé un diario sin usar y empecé a escribir en sus páginas, lo que sentía, escuchaba, veía y sentía.
Era un joven recién casado con dos hijos pequeños. Los bombazos se escuchaban cada vez más cerca. Por seguridad no me asomé al balcón. Empezábamos a escuchar detonaciones de bala. Llevé a mis hijos al cuarto de atrás y coloqué los colchones recostados contra las paredes. Me habían dicho que esto podía detener una bala.
Registré cada día los eventos que me impresionaron.
El diario lo guardé en un armario cuando todo se normalizó en Panamá. 20 años después lo encontré cubierto de polvo, haciendo una limpieza y decidí que era hora de contar lo que pasó, lo que viví como padre de familiaa y católico en esos días y cómo mi fe fue estremecida, puesta a prueba.
Hoy en mi país, celebramos 30 años de ese trágico día, sin conocer con exactitud cuántos muertos hubo. Hay mucho que aún no sabemos y con el tiempo se sabrá.
Aprendimos que los dones más valiosos, los más preciados que poseemos son: «la fe, la Paz y la libertad».
………
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