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La Cuaresma de mi vida (Un Testimonio hermoso)

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Claudio de Castro - publicado el 08/03/19

He pensado mucho en cómo viviré esta Cuaresma. Es un tiempo que debemos aprovechar para nuestra conversión personal, acercarnos al Amor de los Amores y prepararnos para vivir en adelante en la dulce presencia de Dios, nuestro Padre.

Mis pensamientos me llevan a pensar: “¿Qué haría si ésta fuese la última Cuaresma de mi vida?”  

Por ahora he hecho lo más sencillo, cerré algunas cuentas en las redes sociales, explicando a mis amistades el motivo. «Necesito el silencio, para escuchar a Dios».

Te compartiré mis experiencias en esos días santos. Conozco mis debilidades en este mundo. Caigo con facilidad. Pero también me levanto y me aferro a la mano de Jesús. Le imploro: “Ten piedad mí buen Jesús, que soy un pecador”.

También necesito de tus oraciones. Reza por mí. Yo rezaré por ti.

Mi corazón es franciscano. Hay una historia de san Francisco que me ilusiona compartirla contigo.

En las Florecillas de san Francisco de Asís se recoge este testimonio sobre una Cuaresma especial. San Francisco se tomaba muy en serio todo lo que tuviera relación con su gran Amor, Jesús.

Hallándose en cierta ocasión San Francisco, el último día de carnaval, junto al lago de Perusa en casa de un devoto suyo, donde había pasado la noche, sintió la inspiración de Dios de ir a pasar la cuaresma en una isla de dicho lago. Rogó, pues, San Francisco a este devoto suyo, por amor de Cristo, que le llevase en su barca a una isla del lago totalmente deshabitado y que lo hiciese en la noche del miércoles de ceniza, sin que nadie se diese cuenta. Así lo hizo puntualmente el hombre por la gran devoción que profesaba a San Francisco, y le llevó a dicha isla.

San Francisco no llevó consigo más que dos panecillos. Llegados a la isla, al dejarlo el amigo para volverse a casa, San Francisco le pidió encarecidamente que no descubriese a nadie su paradero y que no volviese a recogerlo hasta el día del jueves santo. Y con esto partió, quedando solo San Francisco.

Como no había allí habitación alguna donde guarecerse, se adentró en una espesura muy tupida, donde las zarzas y los arbustos formaban una especie de cabaña, a modo de camada; y en este sitio se puso a orar y a contemplar las cosas celestiales. Allí se estuvo toda la cuaresma sin comer otra cosa que la mitad de uno de aquellos panecillos, como pudo comprobar el día de jueves santo aquel mismo amigo al ir a recogerlo; de los dos panes halló uno entero y la mitad del otro.

Se cree que San Francisco lo comió por respeto al ayuno de Cristo bendito, que ayunó cuarenta días y cuarenta noches, sin tomar alimento alguno material. Así, comiendo aquel medio pan, alejó de sí el veneno de la vanagloria, y ayunó, a ejemplo de Cristo, cuarenta días y cuarenta noches.”

Me encanta leer la vida de los santos porque nos enseñan que podemos lograrlo, ser santos también a pesar de nuestras muchas debilidades y defectos.

Vivamos esta Cuaresma como si fuese la última, con gran fervor.

Una buena confesión te ayudará a restablecer tu amistad con Dios y que tus obras tengan un valor infinito a sus ojos.

¡Dios te bendiga!

……..

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