Una vez te lo conté. Busco a Dios.
Suelo preguntarle dónde estás. Me confunde a veces porque te da claves para que sigas un camino. Y al final te das cuenta que lo hizo para tu crecimiento espiritual.Es su pedagogía.
En lo personal me encanta esta búsqueda. Sobre todo cuando siento que pasa cerca y me dice:
“Aquí estoy Claudio. ¿Me ves?”
Un par de veces me ha ocurrido. Y añoro esos dulces momentos de ternura cuando te llena con su amor y éste se desborda. Es tanto que quisieras correr y abrazar a todos. Al pobre, al rico, al que te ama, al que te odia. Deseas en esos momentos amarlos a todos. Y pedir perdón a los que has ofendido.
Suelo poner una mesita con mis libros en una parroquia con un letrero: “Pague lo que quiera por los libros”. Así me aseguro que todos puedan llevar uno, no importa lo que donen. Cuando me paro al lado de la mesita se me acercan algunas personas y me cuentan sus vidas. No sé por qué. Las escucho con detenimiento y una sonrisa que las tranquile y anime.
Cuando terminan de contarme sus vidas con cariño suelo enviarlos al sagrario.
“Ve donde Jesús. Él te espera allí. Cuéntale. Le ilusiona verte y amarte y llenarte de gracias infinitas”.
En ocasiones alguien llega y me cuenta algo extraordinario que le pasó cuando estaba en el sagrario. “¿Me podría explicar qué es?” me preguntan. Llegan con un odio profundo o un dolor inimaginable en el alma. Y de pronto se siente amados y pueden amar.
“¿Esto qué es?” se preguntan sin comprender. “Hace mucho que no siento este amor, que alguien me ame así”.Y lloran emocionados y confundidos.
En esos momentos recuerdo aquella hermosa canción:
Miro hacia el oratorio donde está el sagrario y le digo:
“Gracias por amarnos tanto”.
Luego les sugiero una buena confesión sacramentalcon un sacerdote para que se quiten del alma esos pecados que les afligen y recuperen la pureza de sus almas.
Nunca olvido aquel hombre que llegó afligido, triste, sin saber qué hacer con su vida. Fue al sagrario y luego buscó un padre para confesarse. Al salir lo vi radiante. Se me acercó con una sonrisa enorme y una felicidad inexplicable.
“¡Qué felicidad!” exclamó. “No puedo creerlo”. Señaló hacia el oratorio donde está el sagrario y dijo conmovido: “Verdaderamente allí está Jesús”.
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Te invitamos a conocer la página de nuestro autor Claudio de Castrodonde podrás leer sobre su vida y aventuras en torno al sagrario.