Esta cuarentena me ha hecho repensar muchos aspectos de lo que he estado haciendo con mi vida, mis sueños, esperanzas. Lo que deseo hacer con el tiempo que me queda.
Ves a tu alrededor personas conocidas que caen con el virus y comprendes la fragilidad de la vida. No quieres desperdiciar tu tiempo, lo más valioso que posees, en discusiones vanas, odiando, deseándole mal al que te hace daño, defendiéndote de infundios… llega un momento en el que todo lo que deseas es estar en paz y tener una buena relación con Dios.
En mi caso es un impulso hacia la santidad. Un anhelo de mi niñez, cuando soñaba con ser santo para Jesús. Un santo invisible del que nadie hablara, un santo para que Jesús estuviese contento, así de sencillo.
Cuando eres niño y el mundo no te ha golpeado, todo es más sencillo. Al crecer te das cuenta que la vida no es tan sencilla. Te golpea con fuerza y debes levantarte cada vez que caes.
Hay una frase que una vez leí y siempre me ha gustado. Me da esperanza:
“Todos somos santos en camino”.
Hay un santo que admiro mucho. Era jesuita y chileno. Fue beatificado por Juan Pablo II el 16 de octubre de 1994. Disfruto mucho leyendo sus escritos, sus pensamientos, y descubro su amor por el prójimo y la eternidad. Se llamó Luis Alberto Miguel Hurtado Cruchaga (San Alberto Hurtado)
Estos son pensamientos suyos. Te los comparto.
“¿Y yo? Ante mí la eternidad. Yo, un disparo en la eternidad. Después de mí, la eternidad. Mi existir un suspiro entre dos eternidades. Bondad infinita de Dios conmigo.
Él pensó en mí hace más de cientos de miles de años. Comenzó, si pudiera, a pensar en mí, y ha continuado pensando, sin poderme apartar de su mente, como si yo no más existiera. Si un amigo me dijera: los once años que estuviste ausente, cada día pensé en ti, ¡cómo agradeceríamos tal fidelidad! ¡Y Dios, toda una eternidad!
¡Mi vida, pues, un disparo a la eternidad! No apegarme aquí, sino a través de todo mirar a la vida venidera. Que todas las creaturas sean transparentes y me dejen siempre ver a Dios y la eternidad. A la hora que se hagan opacas me vuelvo terreno y estoy perdido.
Después de mí la eternidad. Allá voy y muy pronto.
Cuando uno piensa que tan pronto terminará lo presente uno saca la conclusión: ser ciudadanos del cielo, no del suelo”.