Hace algunos años tenía un amigo que buscaba a Jesús. Cultivaba una virtud que siempre admiré: Su persistencia. A pesar de las grandes dificultades, cada día para él era un encuentro maravilloso con su mejor amigo.
Llegó a decir en un programa de radio: “En mi corazón hay un sello y ese sello dice: Jesús”.
Una noche, recuerdo, lo llamé a su casa. Me animé a preguntarle: “¿Alguna vez te sientes solo?”
Rápido, sin tener tiempo para pensar, me respondió: “Yo nunca estoy solo Claudio. Jesús siempre me acompaña”.
Me dejó sorprendido. Yo iniciaba el camino, y en ocasiones me llenaba de dudas.
Él no dudaba. Tenía la dulce certeza de Dios.
Transcurrieron los años. Comprendo ahora el significado de aquellas palabras… la certeza: “Jesús siempre está conmigo”.
En este momento, mientras te escribo, lo siento aquí, conmigo.
Hago algunos altos esporádicos para disfrutar esa presencia que te llena de un gozo sobrenatural.
Me detengo para decirle:
“Te quiero Jesús”.
¿Sientes de pronto una alegría que no comprendes?
Es Jesús que pasa.
Habiendo visto las maravillas que Él hace por cada uno de nosotros, no me preocupa decirle al mundo que le quiero, que es mi mejor amigo.
No siempre he correspondido tanto amor, lo reconozco. Y muchas veces lo he ofendido con mi actuar. Pero de alguna forma, algo muy dentro de mí me dice: “Vamos, caíste, ahora levántate. Te espera Jesús”. Me levanto feliz sabiendo que si me arrepiento, Él siempre me perdonará. Por eso voy al confesionario y hago una confesión sacramental con un sacerdote.
Un joven se me acercó el otro día a la salida de misa, preocupado por la vida que llevaba. Se notaba que tenía un dolor genuino por haber ofendido a Dios. Le aconsejé confesarse. “Si caes, pues te levantas y punto. No pasa nada”, le dije.
Pocas veces he visto un rostro tan feliz como el de ese joven al salir del confesionario.
“He recuperado mi vida”, me dijo emocionado.
Le sugerí la “Hora diaria” ante Jesús Sacramentado, frente al sagrario.
Creo que a todos les sugiero lo mismo. Y es que he visto cosas asombrosas.
Jesús está allí. ¡VIVO!