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El judío defensor del Santísimo Sacramento (un historia fascinante)

Pascal Deloche / Godong

Claudio de Castro - publicado el 21/11/20

Dios reparte sus dones como le place, para bien del mundo, la humanidad y la iglesia. Curiosamente fue un judío anticlerical que no soportaba nada de la Iglesia quien se preocupó por reparar los ultrajes y ofensas  que se hacían a Jesús Sacramentado.

Como san Pablo, fue tocado por la gracia. Y su vida cambió.

Hermann Cohen era un musico respetado. Un amigo le pidió reemplazarlo en la conducción de la orquesta en una iglesia. Aceptó movido por la amistad. Durante la bendición en aquella misa con el Santísimo Sacramento. Hermann fue tocado por la gracia. Algo indescriptible le ocurrió. Experimentó la presencia viva de Jesús. Se sintió indigno de recibir aquel don, con un extraño remordimiento y un “alivio desconocido”.

Al tiempo de aquella bellísima experiencia, se hizo católico, luego sacerdote y al final carmelita.

Fundó la asociación de “Adoración Nocturna” del Santísimo Sacramento, que se extendió por el mundo.

Su primer sermón fue muy conocido y logró conversiones entre los escépticos. Hay un fragmento del mismo que siempre me ha tocado el alma y me gustaría compartirlo contigo. Es maravilloso.

“Y vosotros, amigos míos, ¿habéis hallado la felicidad? ¿Sois felices? ¿No os falta nada? Pero me parece oír aquí, como en todas partes, un lúgubre concierto de gemidos y de quejas, que se elevan por los aires. Es porque la mayoría de los hombres se equivocan acerca de la naturaleza misma de la felicidad, y porque la buscan donde no está…

Sólo Dios puede satisfacer esta necesidad del corazón del hombre. Pero, ¿cómo alcanzar a Dios y poseerlo? Dios aparece en sus obras y sobre todo en la obra admirable de la Encarnación y de la Redención. Dios, en la persona de su Hijo, Jesucristo, ha descendido de los cielos, ha venido hasta nosotros, se ha hecho el compañero de nuestro viaje, el pan de nuestra alma. Dar a conocer el nombre de Jesús ha obrado una verdadera revolución en el mundo. “Pero yo no creo en Jesucristo”, replicará el incrédulo. ” ¡Eh!, le responderé yo: yo tampoco creía, y precisamente por eso era desgraciado”. Jesucristo se nos da, y para hallarlo es preciso velar y rogar. Jesús está en la Eucaristía, y la Eucaristía es la felicidad, es la vida”.

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