He recorrido un largo camino en la vida. Me siento privilegiado y agradecido con el buen Dios. Ha sembrado en nosotros el deseo de buscarlo y es lo que he tratado de hacer estos años.
Imagino esta búsqueda de Dios como una montaña que debo escalar. Es muy empinada y muchos caen. Yo con ellos. ¿Has visto en las películas a los escaladores unidos por una gruesa cuerda? Así subimos esa montaña.
A medida que nos acercamos a la cima cada paso cuesta más. Sientes deseos de rendirte y regresar, pero algo en tu interior te grita: “Vamos. Nunca te rindas. Dios te dará las fuerzas que necesitas”.
Un día, estando en este afán, me senté a reflexionar y di cuenta de algo fundamental: sin la oración estamos perdidos.
La oración sacia la sed interminable que tiene el alma por Dios.
La oración te da serenidad. Es como la suave brisa del verano que te refresca en medio del calor agobiante. De pronto llega, te envuelve y te llena de alegrías y esperanzas.
Comprendí por qué mi debilidad espiritual, por qué pecaba con tanta facilidad.
No era un hombre de oración. La oración no formaba parte de mi agitada vida.
Me dije: “¿Cómo vivir en paz si Dios no habita en mi corazón?”. Decidí cambiar esa situación y acercarme más a Dios, buscarlo para conocerlo; y conocerlo para amarlo. Y lo hice a través de su Palabra y de la oración.
Hay un deseo profundo en nuestras almas, que sólo Dios puede calmar.
Empecé a buscarlo sin tener respuestas, hasta que comprendí algo que una vez experimenté: “Orar es estar en la presencia de Dios”.
Desde entonces, algunas cosas han cambiado en mi vida. Disfruto mucho rezar, sentir que estoy en la presencia amorosa de Dios, que Él me escucha y es mi Padre. Y se preocupa por mí.
Cuando empiezas a orar, crece en ti como un deseo interior de estar a solas con Dios. Y comprendes por qué Jesús dijo:
“Pero tú, cuando reces, entra en tu pieza, cierra la puerta y ora a tu Padre que está allí, a solas contigo. Y tu Padre, que ve en lo secreto, te premiará” (Mateo 6, 6).
Me encanta esa parte en que nos asegura:
“tu Padre que está allí, a solas contigo”.
Mientras escribo me brotan del alma estas palabras:
“Gracias Padre por amarnos tanto”.
…………..
Conoces los libros de nuestro auto Claudio de Castro? Son un remanso para el alma afligida.
Podrás verlos al hacer «CLIC» aquí.