Dios me ha mostrado caminos que nunca imaginé. Mi vida ha sido una gran aventura desde el día que decidí seguirlo. Aquí estoy frente al ordenador, con 59 años. Me veo en el espejo y soy otra persona. Llevo publicados más de 100 libros de espiritualidad y todavía no comprendo sus designios.
Mi mente es muy limitada. La suya eterna. Hay una diferencia enorme que jamás podré reducir. Sólo me queda confiar sabiendo que las cosas ocurren por un motivo que no comprendemos.
Me he dado cuenta en estos años que puedo usar un atajo, un camino corto para acercarme al Padre. Está oculto para muchos. Lo descubres con la humildad. Él ama a los humildes y sencillos. Personas que aceptan de buena gana lo que les ocurre y lo ofrecen todo a Dios, sea algo bueno o no.
El año pasado tuve que enfrentar injusticias provenientes de personas muy poderosas. Algunos que conozco y de los que jamás imaginé estos actos oscuros. Al principio me llené de indignación, pensé mal.
No podía creérmelo. Quise devolver el golpe, quitar la otra mejilla.
Era algo que me superaba. Y no sabía qué hacer.
Tenía frente a mí un camino que no me agradaba: La confrontación.
Podía irme contra ellos y confrontar sus mentiras. ¿Conseguiría algo con esto? Serían encuentros de los que nada positivo saldría.
Me senté a reflexionar. Y pensé: “Todo lo que nos ocurre Dios lo permite por un motivo”. No tenía idea por qué tendría que pasar este trago amargo pero decidí que confiaría. Dejaría a Dios actuar.
“Que se haga en mí tu santa voluntad”, le dije. Fui a misa, me confesé, comulgué y añadí: “Seré un sagrario para ti. Lo que Tú quieras, lo acepto y te lo ofrezco”.
En ese instante todo comenzó a cambiar. Se evidenció la mano de Dios. Era casi palpable.
Fue increíble. Las puertas que debían abrirse se abrieron naturalmente y al final todo se aclaró.
No imaginas lo feliz que me sentía. Era como un niño que cae, se golpea y corre hacia los brazos del padre que lo espera para consolarlo con un abrazo y un: “No te preocupes, Todo saldrá bien”.
Dios me esperaba para brindarme consuelo y decirme: “Aquí estoy”.
Un simple gesto de abandono y confianza bastó para que Él derramara Sus bendiciones y todo se solucionara de una manera admirable. Qué gran lección de vida.
Aprendí algo fundamental: Dios siempre escucha nuestras oraciones.
Nos pide ser humildes y perdonar.
Si tú le dices:
“Señor, no puedo perdonar. Me hicieron daño”.
Dios con su sonrisa paternal te responderá:
“Si eres humilde lo harás”.
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